Leviathan

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Un amargo drama, no sólo de la Rusia contemporánea

Descansan los barcos abandonados en la bahía de un pueblo pesquero del norte ruso. Descansan también los restos de una enorme ballena. Parecen evocar monstruos marinos, como el leviatán, probablemente satánico, que mencionan los judíos del Antiguo Testamento y los cultores de la literatura fantástica. Con esas imágenes la película nos despierta sensaciones de algo eternamente inmenso, incomprensible, indominable. Más adelante, los hechos que va desarrollando agregan otra impresión: "Leviatán" es el título abreviado de "La materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil", viejo libro del filósofo Thomas Hobbes. Y las sensaciones se combinan. En la obra que estamos viendo no hay nada fantástico, más bien un poder concreto, de una república formal y mafiosa. Y hay una sola realidad: el Mal, omnipresente y eterno.

La anécdota ya es conocida. Un hombre se niega a venderle su casa al municipio. La expropiación se impone de modo infame. El hombre es terco y el alcalde es aún más terco. Y prepotente, mañoso, vengativo. Quiere que el otro quede aplastado de modo ejemplar. ¿Vale la pena enfrentarlo? Encima, el luchador tampoco encuentra respaldo en su familia. Para consolarlo (un consuelo medio de paso), el pope del lugar le cuenta la historia de Job, el hombre de la santa paciencia. Se la cuenta mal, porque es un mal pope, indiferente o imbécil. Y no prevé, nadie prevé, hasta dónde pueden llegar las cosas en ese estado.

Andrei Petróvich Zvyágintsev expone ese infierno frío a los ojos del mundo. No hizo un film norteamericano, donde un individuo puede vencer fácilmente a los que mandan. Hizo un drama ruso contemporáneo, donde todo sigue como en la época de los zares y los comisarios políticos, y un poquito peor, todavía. Ya no hay un hombre bueno. Ni mujeres. Los juzgados están en sus manos, y son necias o impiadosas. No hay nadie ejemplar. Y tampoco hay siquiera ilusión de un futuro mejor.

Zviágintsev, o Zviáguintsev, lo dice sin decirlo. Le bastan los varios planos de comienzo y final, las muchas escenas de vodka, bronca y aturdimiento, la mezquindad y la ambigüedad moral de cada personaje. Esta es su película más amarga. También la más estirada, lo que molesta un poco. Quizá no sea la mejor (pensemos en "Elena" y "El regreso"), pero es la de mayor repercusión, porque ha pegado fuerte, y duele mucho, porque en los males de ese pueblo costero están representados los males de toda Rusia, y de algunos otros lados también. No sólo allá hay restos de leviatanes.