Leviathan

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Desventuras de un perdedor

Andrey Zvyagintsev retoma la tan característica tradición narrativa rusa a través de su película “Leviathan”, el cuarto largometraje en su haber, y que ha tenido gran repercusión en festivales, compitiendo incluso por el Oscar a la mejor película extranjera.

Con una mirada muy propia, de tinte realista-costumbrista, relata la historia de un caso que ocurre en la actualidad en una población del noroeste de Rusia junto a las costas del mar de Barents.

La película comienza con un plano fijo, desde cierta altura, que muestra el oleaje agitado del mar sobre la costa escarpada, con imágenes en distintos tonos de un gris plomizo y de fondo, una música de cuerdas con matices dramáticos, preparando desde el comienzo el espíritu del espectador, anticipando que lo que se va a narrar será sombrío y probablemente trágico.

Despojado de todo artificio, el relato cuenta las vicisitudes de un trabajador de mediana edad en un poblado que está sufriendo una transformación, producto de la llegada del capitalismo y el cambio en las reglas de juego de los nuevos tiempos que se viven en Rusia.

En ese marco, los mejor posicionados son los burócratas y políticos corruptos que se “prenden” en cuanto negocio aparezca, aun a costa de sacrificar a algunos sectores de la población, que van quedando afuera y no consiguen reconvertirse.

Es lo que le sucede a Kolya, un mecánico de autos, que vive en una casa muy bien ubicada en la costa, heredada de su familia paterna. El hombre está casado en segundas nupcias con una mujer más joven y muy bella, Lilya, y tiene un hijo adolescente de su matrimonio anterior. Él con su taller y ella trabajando en una planta procesadora de pescado llevan una vida tranquila hasta que el Estado decide expropiar su casa y su amplio terreno con el propósito de realizar allí un ambicioso proyecto inmobiliario. Para lidiar con el asunto, Kolya ha reclamado la ayuda de un amigo de la infancia, Dmitri, que actualmente vive en Moscú, y se dedica a la abogacía.

Dmitri embarca a Kolya en una serie de trámites jurídicos que finalmente no logran quebrar el rígido frente político-burocrático-judicial corrupto, encarnado principalmente por el alcalde, Vadim, un hombre sin escrúpulos que está decidido a arrasar con Kolya, casi como si se tratara de una inquina personal.

Con un tono dramático pero con matices que rozan lo satírico, Zvyagintsev muestra una situación en la que el protagonista ve cómo su mundo privado, su presente, su pasado y su futuro van desapareciendo de un modo violento, quedándose sin chances y sin posibilidades de tener una buena defensa de sus intereses ni de reacomodarse a los nuevos tiempos.

Lo que le sucede a Kolya no es muy diferente de lo que le puede suceder a cualquier persona en cualquier otro lugar del mundo, en donde el capitalismo salvaje tiende sus tentáculos cambiando la fisonomía y condicionando la vida de los pueblos, con sus secuelas que se ven en el desplazamiento de personas hacia una marginalidad inevitable, el resquebrajamiento de los antiguos vínculos e incluso la destrucción de algunas familias.

Kolya encarna la figura del antihéroe al que le pasan todas, cumpliéndose en él aquel axioma que dice que cuando se está en las malas, no hay palenque donde rascarse y todo se vuelve en contra.

La virtud de Zvyagintsev no radica tanto en la originalidad de la historia sino en el modo de contarla, en donde los personajes involucrados están tratados con rasgos caricaturescos, que alivian un poco la densidad del drama, aunque es implacable y crudo para describir la situación, apelando también a elementos simbólicos, fundamentalmente la historia de Job en la Biblia que da título al film.

“Leviathan” intenta ser una especie de radiografía sociológica de la Rusia actual, con una mirada crítica al régimen de Putin (que ha reaccionado públicamente en contra de la película y de su realizador) y sus efectos sobre la vida de la gente común, desencantada con este presente pero también cansada de sucesivas frustraciones representadas por todos los anteriores gobernantes, quienes la han defraudado cada uno a su turno y a su manera. Insatisfacción que muchos sufren y de la que algunos se aprovechan pero que todos ahogan con la ingesta de litros y litros de vodka, sin excepción. Mientras, el mar, indiferente, sigue lamiendo con su oleaje agitado las costas del territorio común.