Leto

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Las primeras imágenes de "Leto" ("Verano") remiten a la new age de los "60, a las imágenes de adolescentes que aplaudían una civilización de "amor y paz", se acercaban a la naturaleza, vivían la contracultura y organizaban pequeños conciertos de rock en espacios mínimos.

La consagración de figuras como Viktor Tsoi en la década del 80, dentro de una opaca atmósfera de cambio musical, preanunciaba la posibilidad de verdaderas transformaciones afines al enarbolado espíritu de libertad. La influencia de grupos musicales como Blondie o Sex Pistols, a pesar de pertenecer a la criticada cultura capitalista se unieron junto con un grupo de nuevos músicos alrededor de los llamados Club de Rock en la época de Brezhnev, detonantes de la difusión del rock con su creación de un espacio donde se hablaba de esa música y se emitían pases para permitir la actuación de ciertos grupos.

El filme sigue el ascenso de Viktor Tsoi, su acercamiento a músicos consagrados como Mike Naumenko ("Zoopark") importante autor de letras y reversiones de éxitos rockeros en idioma inglés.

Un itinerario de locura, diversión, entusiasmo por la música, permite disfrutar de un movimiento que pocas veces fue tan bien mostrado con su carga de subversión e ingenuidad como en la escena del tren en la que se recurre a todo tipo de recursos tecnológicos a la manera de arqueológicos filmes como "Help" de Richard Lester y "Submarino amarillo", de Dunning.

Curiosidad fílmica que el perseguido director Kirill Serebrennikov mostró en el Festival de Cannes sin poder asistir a sus jornadas por intolerancia del gobierno ruso.