Lengua materna

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

Me cuesta catalogar Lengua materna como una película gay o sobre lesbianas, más que eso: creo que etiquetarla tan livianamente es un ejercicio perezoso. Lengua materna es una película sobre descubrimientos y sobre una relación madre-hija; no todas las relaciones, no es tampoco una tesis acerca del tema, es una mirada particular sobre una familia particular con la que uno puede sentirse, o no, identificado. Paolinelli no busca el golpe de efecto, el tema se instala de entrada: la película comienza con la declaración de Ruth (Innocenti) a su madre, Estela, (Lapacó) de que es lesbiana, de que su amiga Nora es en realidad su pareja hace catorce años y, para matizar el posible efecto de su confesión, también le cuenta que su hermana Carlota (Katz) se hizo cuatro abortos. Estela reacciona con estupefacción, está más desconcertada por el hecho de que su hija mayor sea gay que por haberse enterado de que la menor abortó. La sorpresa quizá provenga de lo que podría ser posible o esperable de cada una de sus hijas. Estela igual se desmaya.

No sé como serán las relaciones adultas entre madres e hijas, pero me las imagino así como me las presenta Paolinelli: conflictivas, fluctuantes, donde el amor a veces se confunde con intrusión; el enojo, con fastidio, con vergüenza. Ruth siente que la noticia no es gran cosa; a Estela se le abre un mundo nuevo por descubrir, comienza a ver a su hija desde un ángulo diferente, con otra mirada. Sus hijas se develan como personas a las que no conocía del todo. Estela entra en ese terreno frágil que las convierte a ellas, de a poco, en madres de su madre. Paolinelli trabaja los tonos de manera precisa, un humor sutil atraviesa toda la película, cuando un diálogo, o una escena, parece cargarse de cierto grado de dramatismo, se encauza rápidamente, y el drama es solo una ráfaga. A excepción de la secuencia en el bar gay que irrumpe en el matiz general, toda la película está impregnada de naturalidad –incluido el rostro lavado de Innocenti–, de realismo.

Con ese mismo realismo se amalgama la puesta en escena. Las producciones televisivas de Polka explotaron el costumbrismo de manera tal que cada vez que vemos una azucarera de plástico, una casa chorizo o una mesa de fórmica nos preparamos para la entrada de Laport en musculosa. Paolinelli, en cambio, resignifica esos objetos (o al costumbrismo mal entendido) como lo que realmente son: cosas que habitan y perduran en muchas de las casas de la clase media. El empapelado florido del living de Estela no es menos horrible de lo que era la alfombra colorinche de mi casa paterna. Los espacios en Lengua materna definen y acompañan a los personajes. Tanto la casa de Ruth como la de Estela son hogares vividos, usados, llenos de cosas, enquilombados, cada uno con su estilo, anclado en el recuerdo y el tiempo de lo útil uno; moderno el otro. El costumbrismo le da paso a lo cotidiano. Y en el realismo de lo cotidiano se tejen relaciones posibles y auténticas.

Tanto Lengua materna como Rompecabezas son habladas por mujeres y sobre las mujeres: imperfectas, femeninas, hermosas, desbocadas, sensibles, tranquilas y explosivas. María del Carmen en la película de Smirnoff; Estela en la de Paolinelli son todas esas mujeres, pero principalmente, y quizá en eso radica el encanto de las películas que las contienen, pueden ser reales. Son retratadas con sutileza y cariño, con pinceladas, gestos, casi como si hubiera un tacto femenino especial para captarlas. Lengua materna pone ante nuestros ojos un momento en la vida de una madre, un momento en la vida de la hija, ambas se redescubren y se acompañan. Pasa mucho en ese momento, y todo eso que pasa, bueno, simplemente pasa. Al final, siempre serán madre e hija.