Lejos de Pekín

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Con Lejos de Pekín, el misionero Maximiliano González cierra una trilogía que se inició con La soledad y La guayaba. Se supone que el punto en común entre las tres películas es la temática vinculada a cuestiones en torno a la problemática social de las mujeres en Misiones, pero en este caso el foco está puesto en una pareja porteña de clase media que viaja a esa provincia a adoptar una niña.

Casi todo se desarrolla durante una noche, en el hotel en el que María y Daniel (Elena Roger y Javier Drolas) están alojados a la espera de saber si la nena que les adjudicaron se quedará con ellos o con su madre biológica, que tiene dudas con respecto a entregarla en adopción. Durante esas horas de tensión, en las que les resultará imposible conciliar el sueño, los cónyuges repasarán los inicios de su relación, algunos sueños frustrados, temores e ilusiones.

Lejos de Pekín bien podría tener su versión teatral: casi todas las escenas suceden en interiores y consisten en diálogos entre dos personajes. Algunas de estas conversaciones fluyen con naturalidad y otras, la mayoría, se sienten forzadas. Lo que las une a todas es su intrascendencia, aunque se notan los esfuerzos de González por revestirlas de peso existencial.

Pese al empeño actoral en contrario, las costuras artificiales del guion quedan a la vista -sobre todo, los encuentros que la pareja tiene con otros personajes fuera de la habitación- y el resultado es que en ningún momento existe una compenetración real con los sentimientos de los protagonistas.

La pátina publicitaria de las imágenes termina de ahuyentar cualquier empatía. Como telón de fondo hay una lluvia que no cesa y que provoca la evacuación de parte del pueblo: una metáfora inconducente en la que se hace hincapié una y otra vez, como buscando dotar de dramatismo y emoción a una historia que carece de esas cualidades.