Lea y Mira dejan su huella

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

PEQUEÑOS GRANDES TRIUNFOS

Hablar sobre Auschwitz o la Shoah trae implícito el problema acerca de lo que se puede decir al respecto, y cómo se lo debe decir. Y no hablamos de la ociosa especulación acerca de los límites del lenguaje ni demás desviaciones filosóficas; realmente el Holocausto es un tema cuya esencia es difusa y que tiende a escaparse. Tan inabarcable es su maldad que su verdad parece bifurcarse hasta el infinito. Basta con ver la perpleja expresión en la cara de Raul Hilberg, historiador autor de La destrucción de los judíos europeos, mezcla de excitación y angustia profunda mientras le muestra al director Claude Lanzmann a la mitad del metraje de Shoah (1985) los cínicos documentos alemanes probatorios de la solución final. De paso digamos que la película de Lanzmann es probablemente el mejor prisma a través del cual buscar la comprensión del Holocausto, porque el director francés crea el lenguaje de la catástrofe, que se deja intuir en las nueve fascinantes horas que dura su documental.

Podemos rastrear algo de Shoah en una película amable y pequeña como Lea y Mira dejan su huella, sobre todo porque se las arregla para salir airosa construyéndose a través del testimonio oral de primera mano, sin recurrir demasiado al archivo, la misma clave que utiliza Lanzmann. Sin embargo, la directora Poli Martínez Kaplun no se detiene a reflexionar acerca de los problemas expresivos de la narración sobre Auschwitz sino que se dedica a ubicar la cámara con prolijidad ante la cara de las dos amigas sobrevivientes, alejada de los virtuosismos pero con la habilidad de captar tanto los momentos justos de ternura y melancolía que expresan las protagonistas como la perplejidad y la crudeza cuando relatan el horror. Lea y Mira repiten una constante de algunos sobrevivientes del holocausto: sienten la necesidad de vivir para dar testimonio, aunque también se encargan en demostrar que la vida continuó a pesar del gigantesco trauma y que han tenido la delicadeza de ser felices.

Es cierto que Lea y Mira dejan su huella puede llegar a caer en algún exceso melodramático pero es muy difícil no sentir empatía por estos personajes, por su voluntad de vivir y por encontrar su triunfo particular sobre el mal absoluto en el amor, la amistad y el cariño. Esto que puede sonar abrumadoramente cursi es también una verdad evidente en la película de Martínez Kaplun.

Por eso decimos que es un film amable, porque aún nacido con el casi único fin de perpetuar el testimonio de las dos protagonistas, testimonios que se parecen a otros y que con mucha facilidad podían llegar a caer en el algún regodeo innecesario, o en la sentencia fácil, no se deja llevar y ni siquiera estira su duración con repeticiones redundantes de cosas que sabemos desde el principio.

Lea y Mira dejan su huella encuentra su propia belleza sin demasiadas pretensiones y expresa un triunfo por sobre el mal que puede parecer pequeño al principio, demasiado particular, pero que se agiganta en apenas 52 minutos.