Le quattro volte

Crítica de Fernando Herrera - Espacio Cine

Esperando un milagro

Presentada en el último BAFICI, Le quattro volte es una fascinante rareza situada en un pueblito de Calabria (perdido en el espacio pero, sobre todo, en el tiempo). Con una historia mínima como punto de partida, la película comienza a sostener su interés justo en el momento en que parece que ya no hay nada más para contar, a fuerza de una poesía no exenta de melancólico humor.
La anécdota de la que se vale la trama es engañosamente simple. Un viejo pastor moribundo se aferra a lo que le queda de vida y cifra sus últimas esperanzas de recobrar su endeble salud en un polvo que obtiene en la iglesia cercana (ya veremos cómo, en una de las tantas pinceladas irónicas que propone el director). El pobre hombre aún cree que el milagro es posible, pero la película no, y su final (¿su final?) es el esperable. Su muerte coincide con el nacimiento de una de las cabras de su rebaño. La vida sigue y el animal toma la posta narrativa, hasta que se pierde en el bosque en pleno, junto a un árbol. La ¿acción? pasa entonces al ciclo de vida del árbol hasta que es talado para formar parte de una fiesta tradicional en el pueblo (que es descripta con magistral ajenidad), pero la vida sigue, a pesar de todo, y la última vuelta del relato lleva a la madera del árbol a transformarse en carbón, y después…
Las cuatro veces a las que hace referencia el título remiten a los cuatro tipos de vida retratados (humana, animal, vegetal y mineral) y la cámara no parece pertenecer a ninguno de esos mundos, o quizás sea parte de todos a la vez.
Michelangelo Frammartino (1968, Milán, Italia) es un director nacido en Turín y criado en un pueblo de Calabria muy parecido al de la película, que cita entre sus influencias al cine de Lisandro Alonso. Su estilo prioriza los planos generales fijos, en un registro que oscila permanentemente entre el documental y la ficción, terminando por borrar toda frontera. La coherencia narrativa y la mirada distante reubican al hombre en su entorno. Y se permite un solo momento de virtuosismo con un plano secuencia memorable y pertinente, que representa un quiebre en el relato hacia la mitad del metraje, relato que se sostiene sin actores ni diálogos ni música ni solemnidad, y que se desentiende de todo para entenderlo todo.
El milagro finalmente se produce, pero es puramente cinematográfico.