Le quattro volte

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El viejo pastor camina con dificultad, sus músculos secos lo sostienen por costumbre, su rostro está marcado por arrugas petrificadas y su barba se eriza como un arbusto de espinas. El anciano tose mientras sujeta entre sus manos un extraño brebaje como promesa de eternidad. Privado de la sustancia mágica, una noche entrega su último suspiro con la misma tranquilidad con la que deja sobre el banco una herramienta inútil. Al día siguiente, un cabrito se precipita sobre la tierra desde las entrañas de su madre como caído del cielo. Más tarde, el pequeño animal muere extraviado al pie de un abeto. Para celebrar el final del invierno, los habitantes del pueblo derriban el abeto, que se convierte en árbol festivo y luego será transformado en carbón de madera, según un método ancestral. Le quattro volte reúne lo fugaz y lo eterno. El alma se transmite, como un soplo de vida, entre los reinos animal, vegetal y mineral. Michelangelo Frammartino reflexiona con una serenidad límpida sobre el orden de las cosas, partiendo de un localismo afianzado en los trabajos y los días de un pueblo de Calabria encaramado en la cumbre de una montaña, hasta alcanzar lo universal.

La película habla del animismo y la reencarnación sin ninguna distancia irónica. El ciclo de la naturaleza prosigue su viaje pedaleando entre las vidas y las muertes, dejando de lado las diferencias entre la carne, la savia y la piedra. Los planos secuencia contemplativos se repiten formando un conjunto de extrema coherencia. El director teje su obra con paciencia y cuidado, sin dejar nada librado al azar. Una piedra que se fija bajo la rueda de un auto, un balde metálico colocado sobre una mesa, unos pedazos de carbón almacenados en una caldera; cada imagen tiene un motivo secreto y profundo que revela todo su alcance en el trascurso del tiempo. El complejo trabajo sonoro establece puentes íntimos entre los elementos, construyendo literalmente un sistema de ecos: los golpes de pala contra el abono responden a los golpes de martillo sobre un ataúd, anunciando los pasos invisibles entre muerte y el renacimiento.

Bajo su apariencia áspera, morosa y austera, con sus planos fijos sin música ni diálogos, brota una obra juguetona y divertida, el feliz encuentro entre Tati y los Straub. Nos podemos conmover con el frágil cabrito librado a su existencia, imperfecto y en perpetua adaptación, pero también nos divierte su presencia turbulenta entre la manada o su desconcierto en el refugio cuando los mayores salen a alimentarse. En un largo plano secuencia hilarante y memorable, la cámara sigue la procesión de una fiesta tradicional con personas disfrazadas de legionarios y se detiene ante un niño que se queda retenido por un perro más ruidoso que malévolo. El perro se revela como un gran comediante retirando la cuña de una camioneta estacionada en pendiente, que termina dando contra el establo y dejando libres a las cabras que aprovechan la ocasión para invadir el pueblo. Este formidable plano burlesco colmado de situaciones cómicas e inesperadas se complementa con la pertinente repetición de amplias panorámicas que intentan capturar la multitud de relatos que continúan fuera de campo. Una realidad trivial se transforma de repente en una situación compleja e inextricable al punto que la cámara parece tener dificultades para contener el conjunto en un único plano.

El regreso a los viejos mitos de la naturaleza todopoderosa y la confianza en la energía simple de las fábulas tradicionales recuerdan a la obra maestra de Apichatpong Weerasethakul estrenada hace unas semanas. Los dos directores filman lejos de la civilización pero sus obras se arraigan en la modernidad y en una estética de vanguardia. Le quattro volte es una cautivante exploración de las costumbres y los tiempos que conjuga elegía y simpleza, arte erudito y naif, con un humor visual y sonoro de gran sofisticación. La película posee un aire místico indefinible simbolizado en el humo de carbón de madera que cubre y embalsama los bosques calabreses en las imágenes sublimes del final. Frammartino descubre la poesía secreta para llevarnos a un tiempo inmemorial, hacia nuestras raíces más profundas con una mirada contemporánea.