Le quattro volte

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

Poesía pura mostrando los ciclos de la vida en un film semidocumental y profundamente existencial.

Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas, dice John Berger en “Modos de ver”. Y en Le quattro Volte, los modos de ver y los modos de mostrar son fundantes para hacer de una historia mínima un poema visual. Michelangelo Frammartino se propone contar casi como un documentalista que recurre a la ficcionalización, la vida de un hombre. Es un pastor, pero como todas las vidas tienen su límite, cuando el pastor no esté, la poesía seguirá inundando la pantalla. Sin la manipulación sentimental de la música, salvo cuando no existen las palabras (que retomando a Perrone puede ser canallesca), sin excesos de ninguna índole el film nos invade a través de imágenes puras. No pretende de nosotros más que la mirada y lo que ellas como metáforas de lo que podría ser nuestra propia vida, sugieren.

El pastor es la excusa ideal para narrar los ciclos que todas las vidas, se presume, tienen. La dirección de fotografía es de excelencia y coadyuva a guiar la mirada por esos ciclos en los que las existencias se cumplen, todas ellas, de modo inexorable. Borges decía: si para todo hay término y tasa y última vez y nunca más y olvido… aquí el Pastor, la cabra o el árbol talado tienen su ciclo y su última vez pero con el plus de lo cíclico, con la enorme esperanza que surge de un guión redondo en el que lo circular, demuestra que devenimos otra cosa, pero devenimos al fin, lo que no es poco.

Poético, sensible y sin cursilerías, Frammartino entrega un film que narra una historia sencilla en una Calabria primigenia pero que espesa sus signos ante nuestra mirada, porque desanda eso que creemos saber y nuestros modos de ver.