Lazos perversos

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

Tánatos

Es común creer que un director foráneo, al entrar en la maquinaria hollywoodense, perderá su identidad o se “aggiornara” a formatos previsibles e industriales, realizando productos que por lo general naufragan en una medianía carente de los rasgos que lo habían definido en su tierra. Sin embargo, no es algo universal: hay realizadores que han logrado atravesar esta barrera sin inconvenientes, siendo un caso paradigmático el del británico y colosal Alfred Hitchcock. Precisamente, en Lazos perversos hay una relectura de uno de los tantos clásicos de este director británico en Hollywood, La sombra de una duda, bajo la mirada de uno de los mejores directores contemporáneos, el surcoreano Park Chan-wook, en su primera película realizada en el mundo occidental. ¿El resultado?: un ejercicio de estilo realizado con maestría donde el director de Oldboy demuestra que en cualquier terreno se puede salir airoso.
Lo de Lazos perversos puede verse como un thriller clásico bajo la óptica de Park Chan-wook y el guión de Wentworth Miller (quién lo hubiera imaginado, la estrella protagónica de la serie Prison break), llevado a un tono oscuro y siniestro cargado de simbolismos. La familia entendida como un juego de cajas chinas no es algo novedoso, pero la forma en que lo ejecuta el realizador, sin desperdiciar ni un solo plano y apelando a un subtexto siempre latente en cada imagen, la hacen una de las proezas visuales más elegantes del mainstream hollywoodense. A diferencia de películas como Sympathy for Mr. Vengeance u Oldboy, Lazos perversos es un film que por momentos resulta más pesadillesco porque abandona el tono lúdico o catártico para adquirir mayor sutileza en la ejecución dramática. Parte importante de esto se logra con las interpretaciones medidas y metódicas de Matthew Goode y Nicole Kidman, dos polos sobre los cuales se balancea la conflictuada India, interpretada con solvencia por Mia Wasikowska. Esto, que le da una apariencia fría al relato, gana en un tono surrealista que a veces se puede atisbar en realizadores como David Lynch y que quizá también se puede ver en la consagrada Tenemos que hablar de Kevin.
La belleza de los encuadres, la dirección de fotografía y la vertiginosa edición, marcando la tensión sexual de India y la ferocidad del tío Charlie de Goode, con flashbacks que refuerzan cada segmento narrativo, demuestran la habilidad narrativa del director. Hacer de una cena un cruce de miradas cargadas de deseo o rechazo, y el paulatino incremento con el que la presencia del tío Charlie se hace amenazadora, hace que este asalto estilístico a los sentidos nos haga olvidar alguna línea torpe ocasional o el subrayado constante de sonidos como el de los omnipresentes cuervos. La síntesis del film prácticamente se puede encontrar en ese inquietante plano contrapicado en el que vemos la mirada bella y sombría de India con su cabello meciéndose por el viento. Capturar eso en una actriz y hacerlo poesía, eso es lo que logra este director de una película imprescindible.