El sueño americano convertido en pesadilla
Pocas veces el cine de Estados Unidos se animó a mostrar con tanta valentía y contundencia el lado oscuro de la sociedad de su país, su sucio patio trasero, como lo hace este film. Mientras las grandes productoras prefieren observar el lado glamoroso de las grandes ciudades, es el cine independiente el que se asoma a sus áreas de miseria, como lo insinuara Kelly Reichardt en Wendy y Lucy, para poner un ejemplo reciente. Es ahora otra mujer, la directora Debra Granik, quien se atreve a sumergirse en la América profunda -en este caso, un pueblo rural de Missouri- para retratar, de manera más dura que Reichardt pero igualmente veraz y sincera, una realidad de extrema sordidez.
Transposición de la novela de Daniel Woodrell, Lazos de sangre es una tragedia familiar que tiene como protagonista a Ree, una chica de 17 años que ha quedado a cargo de sus dos hermanos pequeños y de una madre postrada por una aguda depresión que la deja casi catatónica. El padre ha estado en prisión por elaborar droga en un laboratorio precario, ha puesto su cabaña y sus tierras con bosques como fianza y ha desaparecido. Si no se presenta a la audiencia ante la Justicia, toda la familia perderá su hogar. Ree ha crecido prematuramente, y decide salir en su búsqueda, para lo cual deberá hundirse en aguas turbulentas. Un pacto de silencio se cierra a su alrededor, y se repiten las advertencias para que no lleve a cabo su plan y deje de hacer preguntas.
En su camino, Ree va encontrándose con un sinfín de personajes sórdidos, amenazantes, en ambientes que no lo son menos, gentes que no vacilarían en eliminarla si continuara indagando, y para colmo, todos pertenecen a su familia. En esas cabañas, en esos bosques donde no existe el sol, parece haber ido a parar toda la mugre y basura del imperio: muebles viejos, neumáticos, toda clase de plásticos descartables, vehículos inservibles decoran el hábitat de esos pobladores entre los que abunda el alcohol, la droga, las armas, la violencia física, mezclados con la música country, la ganadería y una hermosa naturaleza en estado de contaminación.
Granik sabe mostrar estas realidades con un estilo medido, casi documental, y, al mismo tiempo, un perfecto sentido del suspenso narrativo frente a la inminencia del peligro.
Tras las reiteradas advertencias, Ree va convenciéndose de a poco de que su padre ha muerto, probablemente en un ajuste de cuentas de la mafia local para la que trabajaba. Todos los personajes que la integran están maravillosamente logrados: el capomafia, un viejo cowboy patriarcal temible, de pocas palabras; su mujer y sus hermanas, cuyo código de honor prohíbe que los hombres golpeen a Ree, pero ellas no vacilan en castigarla de la manera más brutal por desobedecer los mandatos de la tribu.
La fotografía de esos rostros rudos, curtidos, es particularmente conmovedora. Muchos de los actores no son profesionales, lo cual agrega realismo a la acción, y el inglés que hablan no es menos primitivo. Es interesante también el personaje del tío (un sobrio, duro John Hawkes), quien oscila entre ejercer la violencia familiar y asumir un sentido de responsabilidad ante la misión que lleva a cabo su sobrina.
El film tiene como gran revelación a la joven Jennifer Lawrence, quien elabora una interpretación extraordinaria de su personaje. Con realismo extremo, en ningún momento parece estar actuando. Su performance le ha valido ya varios premios, fue candidata al Globo de Oro y tiene una nominación al Oscar. Ree es una chica convencida de su misión y con un altísimo sentido del orgullo familiar. Si bien se trata de una de las escenas menos vibrantes, es particularmente significativo el encuentro que tiene con un sargento del ejército estadounidense. Ree -quien ha deseado incorporarse a sus filas para lo cual sus compañeros se entrenan en la escuela secundaria- decide reclutarse para cobrar los 40.000 dólares que el ejército pagaría a cada soldado que fuera a combatir en Asia. Ree conserva aún su costado ingenuo, al creer que puede llevarse a sus hermanitos consigo.
Es este segundo largometraje de Debra Granik, quien en su opera prima Down to the Bone también había tratado las tribulaciones de una madre de familia (Granik parece tener una fijación con los huesos, aunque en este último caso el título tendría un sentido metafórico), la directora maneja con maestría los tonos de una historia durísima, que nunca se excede, ni tiene golpes bajos, ni sobreinformación. Melodrama familiar, thriller, tragedia moderna, es este un film que entra en todas esas categorías, rico en capas de sentido. La búsqueda del padre como proceso iniciático, la entrada en la madurez, la identidad y el honor familiares, la ley y ética tribales, el resistido protagonismo femenino en una sociedad patriarcal, la ausencia del Estado, la relación con la tierra, la pintura de un sector importante de la sociedad norteamericana, son todos temas profundos aunque nunca tratados con solemnidad.