Lazos de familia

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Emprendedores del nuevo capitalismo

El cineasta británico Ken Loach ha sido siempre un gran crítico del avance del Estado sobre la vida privada, el desmantelamiento de los sindicatos y la precarización del trabajo, proponiendo a la solidaridad como motor del progreso de una Nación y única forma de ponerle un freno al ansia empresaria. Durante toda su carrera como director ha indagado en distintos tópicos de la relación entre el capitalismo y los trabajadores, los problemas sociales, las consecuencias sobre la psiquis y las secuelas de la explotación. En su último film, Lazos de Familia (Sorry We Missed You, 2019), el realizador de la aclamada Kes (1969) y sinónimo de cine social en Gran Bretaña sigue a un hombre que comienza a trabajar en una empresa de logística y reparto en Londres con una lógica de contratación precaria encubierta, muy utilizada por las nuevas empresas basadas en las aplicaciones de pedidos por Internet.

La falsa promesa de ser su propio jefe y la posibilidad de convertirse en emprendedor estimulan a Ricky (Kris Hitchen) a vender el auto de su esposa, Abby (Debbie Honeywood), para pagar el depósito de la adquisición de una camioneta para hacer entregas de pedidos de compras por Internet para una empresa que en lugar de contratar trabajadores terceriza absolutamente todo, considerando a los trabajadores emprendedores que invierten en una franquicia, ocultando así la relación laboral, nuevo engaño de los empresarios para no pagar cargas sociales ni hacerse cargo de los gastos que acarrea la logística de su rubro.

Ricky y Abby son una típica pareja de clase media con dos hijos en Londres, hundida en deudas, con un hijo adolescente rebelde. Ricky, un fanático del Manchester United, pone todo su empeño en convertirse en un empleado ideal bajo su disfraz de emprendedor trabajando todo el día mientras su esposa viaja en colectivo para cumplir con su rol de asistente social ayudando a personas en situación de vulnerabilidad a lo largo y ancho de Londres. Rápidamente Ricky descubre que sin importar sus esfuerzos, los imponderables surgen y su rol como padre afecta su trabajo, por lo que debe elegir si ayudar a sus hijos o quedar atrapado en sus obligaciones con la empresa. Con sus padres afuera todo el día, los hijos de la pareja se las apañan como pueden. El adolescente Seb (Rhys Stone) evade sus obligaciones escolares para pintar murales e intervenir artísticamente carteles publicitarios con sus amigos con la certeza de que la educación en Inglaterra ya no es un camino hacia una mejora de la posición social, sino tan solo una trampa para endeudarte y terminar trabajando en alguna forma de contact center, modelo de organización corporativo de casi todas las formas laborales administrativas en la actualidad. La pequeña Liza (Katie Proctor), de once años, estudia, es una buena alumna que ama a su familia, ayuda a su padre en sus recorridos los fines de semana e intenta encarrilar la suerte de su hermano mayor mientras ve cómo su familia se desmorona ante sus jóvenes ojos.

Si el nuevo trabajo de Ricky pone patas para arriba a su parentela, destruye su vida y solo logra endeudarlo aún más en lugar de sacarlo de la lógica del sobreendeudamiento permanente que marca la realidad de la mayoría de la clase media en prácticamente todos los países que promueven alguna forma de liberalismo, el trabajo de su esposa, Abby, pone en relieve la necesidad de la ayuda social sobre un número cada vez más alto de personas que ya no pueden valerse por sí mismas.

Loach regresa aquí a la indagación de las consecuencias del nuevo capitalismo en la psicología del trabajador, al igual que en It’s a New World… (2007), para encontrar nuevamente la explotación más brutal escondida detrás de los nuevos eufemismos emprendedores. La presión del exceso de trabajo y la reelaboración de la relación entre empleador y empleado por parte de la empresa para evadir todas sus responsabilidades y costos en favor de un sistema de premios y castigos en base a objetivos imposibles de cumplir, son los ejes de esta trama que busca develar los nuevos mecanismos de explotación capitalista en una época de desintegración de las utopías, descreimiento en la política y neoliberalismo descarnado.

A través de la dinámica familiar y de la relación de Ricky con su trabajo y su empleador, Maloney (Ross Brewster), el film de Loach hace estallar las contradicciones de la lógica laboral del nuevo capitalismo que busca anular el riesgo de invertir trasladando todo el peso del riesgo y la inversión sobre el eslabón más débil de la cadena, el trabajador, único perdedor de esta nueva iniciativa del capital para reducir costos.

Si la lógica del trabajo está en crisis y la pandemia puso al mundo patas para arriba desafiando a empresarios y trabajadores a discutir y reelaborar las relaciones laborales y el control sobre el trabajo y la productividad, no es de extrañar que uno de los pocos cineastas que piensan al cine como instrumento para examinar las paradojas que esta problemática genera haya creado esta obra que cada día parece cobrar más actualidad a medida que crecen las compras por Internet y la precariedad laboral como forma de contratación.

Al igual que films como Recursos Humanos (Ressources Humaines, 1999), de Laurent Cantet, Lazos de Familia tiene en una de sus escenas la explosión de todo el trasfondo de una situación que se vuelve cada vez más insoportable y alienante para el trabajador, que se ve atrapado, endeudado y esclavizado por un sistema que lo hunde completamente.

El desmantelamiento de los últimos resabios del Estado de Bienestar, el resquebrajamiento de las instituciones como la educación para garantizar un futuro mejor, la precarización del trabajo escondida bajo el velo emprendedor y los esbozos de una nueva forma de concebir el mundo a partir de las manifestaciones de la rebeldía ante el fracaso de las viejas ideas, son algunas de las cuestiones que el film de Loach trabaja desde la realidad más acuciante que muchos otros directores no se atreven a mirar. Loach consigue aquí encontrar una forma de alienación de la relación entre empleador y trabajador a la vez que explora la deshumanización de las relaciones laborales en una época de búsqueda desesperada de mejorar la productividad en un mundo que se hunde cada vez más en el descontento.

En Lazos de Familia Ken Loach logra una vez más poner el dedo en la llaga sobre la relación entre capital y trabajo en un film que se posiciona desde distintos protagonistas para indagar en las consecuencias de las contradicciones en cada uno y en la actitud que cada cual toma ante la erosión de la identidad del trabajador. Loach marca con agudeza el engaño en el que el trabajador entra, harto de perder, convencido de que como emprendedor logrará salir de su situación precaria, para entrar en una trampa aún peor de la que se encontraba antes, estafa de la que solo se sale con unidad y solidaridad ante la adversidad y los abusos empresarios, visión que hoy parece perdida en la era del egoísmo y el odio controlado por la propaganda en las redes sociales.