Lazos de familia

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Ken Loach cumplió 85 años el 17 de junio último. Su ópera prima, Poor Cow, es de 1967, por lo que ya ingresó en la sexta década de trabajo. El realizador británico no es demasiado valorado por la cinefilia más radical, que suele minimizar y en muchos casos despreciar su mirada social a la que considera anticuada, obvia y maniquea.

En mi caso, más allá de que su filmografía adolece de ciertos lugares comunes y alguna tendencia al subrayado, lo admiro por la dignidad y contundencia con que ha descripto durante tantos años las penurias de la clase trabajadora, los abusos del poder, los modos absurdos de la burocracia y la deshumanización constante que lleva a la pérdida de valores esenciales. Me puede gustar más una película y menos otra, pero siempre rescato la consecuencia de su obra, la nobleza de sus personajes, el oficio narrativo, su capacidad para la dirección de actores y el estar atento (con el aporte de su habitual guionista Paul Laverty, claro) a los nuevos fenómenos.

En este sentido, Lazos de familia / Sorry We Missed You describe (a partir de un sistema de entregas a domicilio en camioneta que el conductor debe aportar y mantener cumpliendo además un rígido y exigente cronograma que no admite la menor dilación) esta época de “überización”. La empresa consigue los clientes, aporta la aplicación y la organización interna. El resto está completamente tercerizado. Una tendencia que en la Argentina se puede ver, por ejemplo, en el auge de Pedidos Ya, Rappi o Glovo.

Los protagonistas del film son los integrantes de una familia de clase media pauperizada: los Turner. La madre, Abbie (Debbie Honeywood), que cuida ancianos a domicilio (léase cocinarles, limpiar, cambiarles los pañales), debe vender el auto para que el padre, Ricky (Kris Hitchen), pueda comprar la van necesaria para ingresar en esa compañía de entrega de correo privado. Está el rebelde hijo adolescente (Rhys Stone), al que le interesa mucho más el graffiti callejero que asister al colegio, y la más pequeña (Katie Proctor), de 11 años, que absorbe el clima cada vez más enrarecido y sufre. La dinámica de ese querible grupo humano está descripto con humor, simpatía y encanto, mientras que las desventuras cotidianas de Ricky en sus repartos exponen el desamparo, las presiones y los peligros que sufre un autónomo sin contrato ni cobertura.

Hasta la última media hora estamos, entonces, ante una película inteligente y punzante. Lamentablemente, el desenlace cae, una vez más, en ciertos excesos de crueldad y en un didactismo que no era necesario y que termina desmereciendo en parte los notables valores de una historia que sintoniza como pocas con estos tiempos en que la precarización laboral hace que el trabajador tenga todas las obligaciones, corra todos los riesgos y no goce de casi ninguno de los derechos y beneficios que alguna vez tuvo.