Latin Lover

Crítica de Fernando López - La Nación

El favorito de todas las mujeres

Estilos y problemáticas de autor, comedias de rasgos definidos, temáticas testimoniales comprometidas con la realidad, y hasta la versión all'italiana de un género importado: el western spaghetti. Una prolongada edad de oro marca las etapas del glorioso pasado del cine peninsular y se impone como un modelo que se volvió legendario e inalcanzable y suele pesar como una sombra sobre los cineastas de tiempos más recientes. La misma exigente carga parecen sobrellevar los actores, siempre obigados a estar a la altura de Mastroianni, Volonté, Gassman, Magnani, Sordi, De Sica o Totò, por sólo mencionar unos pocos nombres de más de una generación de intérpretes que se han vuelto míticos.

En el imaginario Saverio Crispo (Francesco Scianna) que Cristina Comencini pone en el centro de Latin Lover se mezcla un poco de todos ellos. Y su ficción, en la que mucho ha tenido que ver la propia biografía de la directora (la mayor de las cuatro hijas de Luigi Comencini, con quien se inició como guionista), quiere ser, en liviano tono de comedia, un homenaje a aquel cine italiano y a sus actores al mismo tiempo que un retrato de familia. La del amante latino del título: ese actor, adorado por todas las mujeres y de cuya muerte se cumplen ahora diez años, lo que da origen a este encuentro del disperso clan en el pueblito de la Puglia donde él nació y en la misma casa donde todavía residen su primera esposa y su primera hija.

La reunión es tan internacional como puede serlo la familia de un galán seductor y famoso que ha trabajado en países diversos y se ha casado y tenido descendencia en casi todos. Sus mujeres (viudas e hijas, nunca fue padre de un varón) son varias y de nacionalidades diversas: las dos italianas dueñas de casa (Virna Lisi, en su último papel, y Angela Finocchiaro, que heredó el oficio paterno); la francesa (Valeria Bruni Tedeschi); la española, que ha venido con su madre (Candela Peña y Marisa Paredes, respectivamente); la sueca (Pihla Viitala), y una más joven y norteamericana que debió acreditar su condición de hija legítima por medio de un ADN.

Es de imaginar que con tanta diversidad y con una hermandad tan poco frecuentada -lo único que las une es la devoción por un padre mítico del que cada una conoció distintas facetas, no siempre coincidentes, no faltarán las rencillas, los celos y los desencuentros. Además tampoco faltan algunos caballeros entre los que quieren asistir al acto en memoria del actor recordado: entre ellos, por ejemplo, el doble de riesgo que seguía al célebre difunto a todas partes, el marido con aires de galán de la hija española o el periodista que pasa por ser el mayor experto sobre vida y obra del ídolo desaparecido. Son demasiadas parejas posibles como para impedir que se produzca algún enredo.

Cristina Comencini sostiene con bastante brío y esporádicas muestras de humor la historia coral que cuenta, escrita en colaboración con su hija, Giulia Calenda, y tiene el apoyo de un elenco al que le sobran simpatía y oficio. El film está dedicado a Virna Lisi, bella hasta el final, que no llegó a verlo.