Las ventajas de ser invisible

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

El aprendizaje más duro

Si hubiera que condenar a una película por sus lugares comunes, “Las ventajas de ser invisible” llevaría todas las de perder. Estamos otra vez ante una historia de adolescentes: de amistad y camaradería, de despertar sexual y drogas. El protagonista, Charlie, es el típico antihéroe: un chico de 14 años, solitario y melancólico, que entra a la secundaria arrastrando un pasado de traumas. En el colegio, sin embargo, va a encontrar refugio en dos hermanastros que están a punto de graduarse —y que también son unos “outsiders”— y en un atento profesor de literatura, que fomentará su incipiente vocación de escritor. ¿Suena a historia repetida? Sí. Pero el director Stephen Chbosky, que se basa en su propia novela autobiográfica, se las arregla para presentar a estos personajes como seres entrañables que pelean, pierden y vuelven a pelear contra sus inseguridades y sus frustraciones. La película muestra con sensibilidad y sin adornos el difícil aprendizaje de la adolescencia, y nunca pierde la mirada candorosa que después desaparece en la etapa adulta. El punto en contra (no menor) es que sobre el final se diluye ese logrado tono agridulce para dar paso a una oscura revelación que roza el drama más llano. La banda de sonido se merece un apartado: la música de los Smiths, David Bowie, New Order y Pavament, entre muchos otros, calza perfecto con los personajes.