Las ventajas de ser invisible

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La adolescencia desde un punto de vista sensible

El tema de la iniciación a la escuela secundaria ya es más que un género en los Estados Unidos, es toda una industria. Una verdadera mitología institucionalizada, con su espectro de personajes típicos: desde el popular al abusado o desde la porrista a la autoflagelada. Sabemos más del ecosistema de los colegios de ese país que de casi cualquier otra cosa en el mundo.

¿Por qué esa fijación cultural? ¿Por qué esa necesidad de contar una y otra vez la misma historia? Como todo rito de pasaje, sin duda resulta díficil atravesar la adolescencia, más si se tiene en cuenta que el período que va desde el fin de la infancia hasta el principio de la adultez parece demasiado largo y riesgoso a los ojos de quien lo vive.

Las ventajas de ser invisible narra la adaptación a ese mundo abismal de Charlie (Logan Lerman), un adolescente introvertido, sensible y traumado. Por fortuna, su trauma recién toca la superficie de la historia cerca del final, lo que evidencia la sutileza del director Stephen Chbosky, quien a su vez es el guionista y autor de la novela original publicada en inglés en 1999.

Tanto en la novela como en la película, los distintos episodios son contados por el mismo Charlie mediante cartas que le envía a un destinatario anónimo. La acción se sitúa a principios de la década de 1990 y en ese sentido podría decirse que es una versión adolescente de Generación x, aquella película que retrataba lo que significaba ser contemporáneo de Curt Cobain.

Dos muertes trágicas marcan a Charlie: el suicidio de su mejor amigo Michael y el accidente de su tía Helen. Equipado con esa mochila emocional llega al colegio secundario (la preparatoria), y el rechazo de sus pares adquiere la consistencia tóxica de la atmósfera de otro planeta.

En vez de sucumbir, tiene la suerte de ser guiado por un profesor de literatura (Paul Rudd) y "adoptado" por un chico (Ezra Miller) y una chica (Emma Watson) del último curso, que son hermanos y que lo ayudan a salir de sí mismo y a experimentar la locura de las fiestas, la buena música (The Smiths, David Bowie), la amistad y el amor.

Con una fotografía anacrónica y un elenco maravilloso, Las ventajas de ser invisible es casi una pieza arqueológica de lo que fue la adolescencia antes de Internet, las redes sociales y los teléfonos inteligentes. Sin embargo, más que un retrato generacional, a Chbosky le interesan sus personajes y tiene la lucidez suficiente como para saber que cada destino es único. Por eso ha conseguido hacer una pequeña película memorable.