Las Rojas

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Las rojas" , con Mercedes Morán y Natalia Oreiro: aventuras en la Cordillera

Suerte de western sin espuelas ni territorios a conquistar, "Las rojas" conjuga la presencia de dos mujeres fuertes, decididas y autosuficientes y algunos apuntes vinculados con la ecología y su relación con las explotaciones comerciales. 

El cordobés Matías Luchessi debutó en la realización de largometrajes con Ciencias naturales (2014), en la que el empeño de una chica de 12 años dispuesta a superar los mil y un escollos con tal de conocer a su padre, de quien apenas tiene una chapita con el nombre de una empresa ya cerrada, funcionaba como mecha de ignición de un relato iniciático enmarcado en la zona de las Altas Cumbres de la provincia mediterránea. Su segunda película fue El pampero (2017), cuya premisa coqueteaba con el thriller y se nutría de apenas tres personajes encerrados en un espacio mínimo y cerrado como un velero afincado en el Delta del Paraná. Queda claro que Luchessi es de esos directores que piensan en el entorno como un elemento fundante del desarrollo narrativo, al punto de hacerlo funcionar como un personaje ubicuo. Y si se habla de la naturaleza como factor condicionante de la suerte de las criaturas de carne y hueso, el western es quizás el género que mejor ilustra esa relación. No parece casual, entonces, que el opus tres del cordobés se adscriba durante gran parte de su metraje en esa tradición.

Pero en Las rojas –estrenada luego de mil postergaciones por la pandemia– no hay espuelas ni territorios a conquistar, sino un recorrido por los áridos suelos mendocinos en el que resuenan los ecos del presente a través de una mirada que conjuga la presencia de dos mujeres fuertes, decididas y autosuficientes y algunos apuntes vinculados con la ecología y su relación con las explotaciones comerciales. Dos mujeres muy distintas entre sí, obligadas a unir esfuerzos en pos de un bien mayor, como si se tratara de dos heroínas trágicas. Una de ellas se llama Carlota (Mercedes Morán) y es una reputada paleontóloga que descubrió restos fósiles que, de comprobarse su veracidad, cambiarían la historia de la disciplina, en tanto se trataría de un animal mitológico que uniría mamíferos y ovíparos gracias a su medio cuerpo de león y el otro de pájaro. El hallazgo la elevó a la categoría de estrella, por lo que cuenta con canilla libre para gastos y tiempos de investigación convenientemente laxos, además de un área cerrada de 12 mil hectáreas para una investigación que ha avanzado poco y nada en los últimos años.

Entre sus pares cuchichean acerca un arreglo político entre ella y las autoridades que excedería los límites de la paleontología. Es por esa razón que viaja hasta el campamento Constanza (Natalia Oreiro), una colega de una ONG ambientalista que viene de pasar una larga temporada en África enfrentándose a problemas muy distintos a los que le esperan: la rudeza de Carlota, su carácter tiránico y la capacidad de hacer y deshacer a su antojo. Mientras ellas están en pie de guerra, a la espera de un paso en falso de la otra, afuera acecha un peligro mayor a la veracidad o no del descubrimiento, y es el que representa Freddy (Diego Velázquez, siempre notable, siempre contenido), a quien Carlota cataloga como un “ladrón de hallazgos”. El temor ante la profanación del supuesto lugar donde están los fósiles obliga a las mujeres a partir a caballo rumbo el pico montañoso referido en el título.

Y allí se inicia una aventura durante la que la desconfianza dará paso primero al conocimiento mutuo y, con ello, a una camaradería que ni siquiera la aparente bondad de Freddy para con Constanza logra menguar. Filmada íntegramente en Uspallata y Potrerillos, Las rojas hace de la inhospitalidad geográfica casi marciana de esa región de la tierra del vino un ámbito ideal para la irrupción de lo sobrenatural, tal como ocurría en Muere, monstruo, muere, de Alejandro Fadel, nada casualmente rodada también en esa provincia. Esa posibilidad, en este caso, no es consecuencia de una situación particular sino una condición fundante, casi metafísica, del universo donde transcurre una película reposada y serena como todo viaje a tranco lento observado desde una montura.