Las razones del corazón

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La filmografía del mexicano, naturalizado español, Arturo Ripstein se ha caracterizado por los dramas de tintas cargadas, las pasiones desbordadas, las fuertes traiciones y las decisiones tajantes. Su cine retrata suele retratar vidas a punto de colapsar. Si a todo esto le sumamos que gran parte de su obra se basa en adaptaciones de obras literarias, era de esperar que, tarde o temprano, Madame Bovari, la inmensa obra de Gustave Flaubert recayera en sus manos.
Claro que hablamos de una versión (muy) libra. La acción se sitúa en el México actual, la protagonista es Emilia (un trabajo excelente de Arcelia Ramírez) una ama de casa que pasa todas las penurias, o así lo ve ella y así nos hace sentir. La vida de matrimonio y madre no la complace en absoluto, al contrario, la agobia; tiene un romance con un vecino saxofonista como para desviar la atención, pero ni aún así se siente satisfecha.
Encima, el amante – bastante anodino por lo menos con ella – la abandona y conjuntamente se le avecinan problemas financieros con la tarjeta de crédito; es el mundo que se le viene encima... quienes leyeron Bovari sabrán en qué derivará esto. En esta, su última película que data de 2011, Ripstein se siente a sus anchas, la guionista (y pareja) Paz Alicia Garciadiego diseñó una adaptación a su medida, para que se encuadre tranquilamente en el estilo del director, para que este pueda dar rienda suelta a lo que mejor sabe hacer.
Tanta comodidad y ajuste a”a la perfección” no hace otra cosa que caer en el promedio. Filmada con un riguroso, agobiante y pesado blanco y negro, La Razones del Corazón es lo que todos esperan de una película de Arturo Ripstein, hay mucho melodrama, personajes cotidianos atravesados por momentos trágicos, ascetismo deliberado, y rigurosidad en los detalles; pero precisamente lo que no hay es sorpresa, y tampoco la sensación de estar ante el mejor exponente del estilo, aunque cueste creerlo en un estilo personal, algo del todo suena a piloto automático.
Muchos/as se sentirán identificados con los personajes, se adentrarán en los profundos y constantes diálogos y frases, y terminarán compenetrándose en el intenso drama; Ripstein no ha perdido su toque de llegada al público en lo absoluto.
La fotografía si bien no es preciosista logra detalles precisos y es uno de los puntos fuertes del film pese a que termine por resultar cansadora. Lo mismo sucede con la casi ausencia de banda sonora; sumada a una duración de por más extensa.
La intención es traspasar la angustia y gravedad de Emilia, pero se atenta contra la atención del espectador. Quienes amen el cine de su director y no busquen innovación probablemente amen esta cinta; estamos ante una película profunda y artísticamente disfrutable. Los que pretendan una adptación actual de Madame Bovari, o un film que intente bucear en inquietudes nuevas, tal vez salgan con la sensación de haber visto una buena película, nada más (y nada menos) que eso.