Las puertas del cielo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Empecemos despejando dudas, "Las puertas del cielo" es una película argentina del año 2012, filmada y producida íntegramente en Tucumán. No tiene relación alguna con el film homónimo (o casi) maldito de Michael Cimino, ni con el film marroquí de 2006, tampoco está basada en el cuento de Cortazar, es una película de Jaime Lozano, y esto ya debería estar dándonos algún indicio.
Hace unos meses Lozano logró su primer estreno comercial, "Motín en Sierra Chica", un policial bien al estilo de los años ’80, que tomaba el conocido caso real para enarbolar bien alto, mediante sangre y exageraciones de todo tipo, la bandera del cine clase B.
Con una carrera corta en la dirección que incluyen cuatro films de ficción (el mencionado, este, "Cruz de sal" y "Dos amigos y un ladrón"), y dos documentales, ha sabido marcar una impronta en todas sus películas que puede ser vapuleada por algunos críticos, pero que pareciera llevar con orgullo, orgullo clase B ciento por ciento argenta.
Esta vez, retoma la idea del policial pero desde otro lado, la exageración sangrienta se remplaza por un clima de épica antigua, la década del ’30 en un pueblo rural.
El protagonista es Camilo, un joven de 15 años, para la época ya un adulto, debe ir a trabajar a la zafra y aunque su madrina le realiza un conjuro protector, las cosas no empiezan bien. Camilo empieza a trabajar en medio de una revuelta gremial, con los trabajadores y las autoridades en ebullición. En el lugar se cruza con un ladrón, un bandido rural, Santos Pelaya, que ha robado dinero de un ingenio pero en el acto fue herido de muerte. Antes de fenecer Pelaya lo hace prometer, debe ir hasta San Miguel de Tucumán, encontrar a Mecha, su novia, y entregarle el botín… y las promesas no se rompen.
Camilo debe formarse como un hombre de honor y no puede faltar a la promesa, por eso emprenderá camino hacia el destino con el botín preciado; camino que en el medio se verá complicado por varias circunstancias como la aparición de un periodista que quiere sacar tajada de gran noticia, mientras que las autoridades lo perseguirán para recuperar lo que les pertenece (según ellos), y claro, Mecha tampoco es una mujer sencilla y terminará enredando más a camilo.
Con puntos en contacto que nos hacen recordar (muy lejanamente) a Caballos Salvajes y a la reciente El grito en la Sangre, Las puertas del cielo no es una película para cualquiera.
Lozano pareciera entender que mientras más improvisada sea la cuestión, mejor. La recreación de época no esconde (todo lo contrario) una utilización de recursos antiguos; así como en "Motín…" recurría al croma, acá hace uso de escenarios pintados y utilería ligera. Los actores (Ignacio Ramon Gimenez, Daniela Villalba, y Eduardo Leyrado a la cabeza) denotan falta de práctica y un estilo teatral en los diálogos sumado a poca marcación. Tampoco el ritmo, irregular y lleno de estridencias, ayuda a una cohesión. Sin embargo, como sucedía en sus otros film, luego de un primer choque, el espectador sabrá qué tipo de film está viendo y podrá acostumbrarse, o no; es una película que bien podría ser un telefilm de los años ’60.
Es difícil saber si actualmente hay un público para este tipo de películas, Lozano desafía la lógica y apuesta por un sí (también produjo la tardíamente estrenada versión con títeres de Martín Fierro y el film maldito "Maldita Cocaína"), y en esa dirección se dirige contra viento y marea. La premisa es simple y básica, si el presupuesto no permite ocultar, por el contrario hay que demostrarlo lo más posible.
Si uno sabe de antemano a qué abstenerse, puede mejorar la percepción sobre "Las puertas del cielo". Hablamos de un film que defiende el verdadero estilo Clase B, ese que, más o menos oculto, se viene haciendo desde que a principios del Siglo XX se empezó a filmar en Argentina.