Las playas de Agnès

Crítica de Javier Luzi - CineramaPlus+

Una vida

Agnès Varda no es sólo una gran directora y una parte activa de la cultura mundial, sino una lúcida mujer que reflexiona sobre el arte y la humanidad (el feminismo, el aborto, las minorías, la política, etc).

¿Cómo se despliega la memoria? ¿Cómo aparecen y se muestran los recuerdos? Caminando para atrás, pero con la vista siempre al frente, parece querer decirnos Agnès Varda en su último film. Autorretrato (¿) sobre su vida, Las playas de Agnès permite que su directora cuente sus 80 años intensamente vividos pero sin recurrir a la remanida nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor sino con la clara convicción de que todavía hay mucho por delante, aunque las ausencias se sientan cotidianamente. Volver a los lugares donde se ha vivido e interesarse más por los nuevos habitantes que por los viejos rincones, regresar a los sitios donde se ha filmado para ver a los jóvenes de ayer convertidos en mayores. Historia que nos constituye pero que se actualiza cada día. Viajes, festivales, películas, fotos, amigos, amor (la omnipresencia de Jacques Demy) se entrelazan, fragmentaria y emotivamente, -más por asociación libre y enumeración caótica que por lineal cronología-, para construir ante nuestros ojos una vida, mientras su protagonista, una abuela moderna (“la abuela de la nouvelle vague”), relata todo lo hecho con una naturalidad y una poesía asombrosas.

Agnès Varda no es sólo una gran directora y una parte activa de la cultura francesa (y mundial), sino, y por encima de todo, una lúcida mujer que reflexiona sobre el arte, sobre los modos de producción y las formas estilísticas, sobre la humanidad (el feminismo, el aborto, las minorías, la política, etc.) sin que convierta al filme en un pastiche posmoderno o un ladrillo de tesis filosóficas indigeribles y aburridas. Y su primera persona (tanto en enunciación como en exposición en cámara) jamás se vuelve un yo atormentado o insufrible de egotismo, sino al contrario, una necesaria e insoslayable presencia conmovedora. Máquina pensante que no se detiene nunca y máquina deseante que se mantiene viva y actual. Los mismos recursos formales empleados en el desarrollo de la película lo demuestran (fotos, cine, videos, performances, instalaciones) ensamblados en un montaje natural y fluido.

Bella y productiva metáfora la de la playa como locus propicio para la evocación. Posibilidad del descanso y del tiempo libre para pensar(se). Agua y arena que se escurren de entre las manos, y que resultan la evidente dificultad de la sustentación, de la fijeza eterna de las cosas. Volatilidad y solidez como características contradictorias pero reales de la materia que conforma el recuerdo.

Un grano de arena, una gota de agua. Comunes, indistinguibles. Sólo un ojo que se pose sobre ellos los volverá únicos. He ahí la capacidad de un artista.