Las mujeres del 6° piso

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Ese oscuro objeto del deseo

Que una comedia romántica, o de situación, o de cambios inminentes, con sutiles incursiones a posarse en una tímida critica social, en relación a las diferencias, por momentos aparentemente liviana, esté situada temporalmente a principios de la década de 1960, instala el interrogantes sobre si es una parábola ¿Qué está excluido intencionalmente desde el relato, el discurso?

El film no es metafórico, ni alegórico, menos metonímico, es una sencilla historia que cobra importancia por los interrogantes que puede desplegar a partir de una mirada que deja de ser ingenua. ¿Y si traspoláramos la historia a la actualidad?

La narración se centra en Jean Luois Joubert (Fabrice Luchini), un casi cincuentón de la alta sociedad, que siempre vivió bajo el yugo de las mujeres, primero fue su madre, ahora su mujer.

Luego del fallecimiento de su progenitora, su esposa como primera medida despide a la mucama bretona, que estuvo trabajando por muchos años en la familia, quien era un freno para Susanne Joubert (Sandrine Kimberlain) de hacerse ama y señora de la casa.

También juegan dentro de la estructura familiar los hijos de ambos, que la mirada extraviada de Susanne sobre Jean promociona que ellos no valoricen al padre, quien a pesar de los esfuerzos no puede superar el conflicto.

La novedad en esos tiempos era contratar inmigrantes españoles como mucamas, más baratas, menos conflictivas, que se acomodan y son agradecidas, al decir de uno de los personajes.

En el sexto piso del edificio vive como puede este grupo de mujeres españolas. Hacen sus tareas, no sabemos mucho de las razones de su estancia y permanencia en Francia, sólo algunos datos, así Concepción Ramírez (Carmen Maura) está supuestamente por razones únicamente económicas, en tanto Carmen (Lola Dueñas) lo hace por razones políticas, ya que dice ser una perseguida por el régimen franquista imperante en España.

Todas tienen en común la esperanza de una vida mejor, de planes a futuro, ya sea de regreso a su tierra natal o adaptándose a la sociedad que las acogió, fríamente al principio, para luego ir acortando distancias por el candor que ellas generan.

Para cubrir la vacante de mucama bretona llega a Paris María Gonzáles (Natalia Verbeke), la joven y bella sobrina de Concepción.

Los atributos físicos de María y sus características de personalidad, jovial, predispuesta, pero firme en sus concepciones, son registrados de inmediato por Jean, quien comienza a enamorarse.

Esto hará que él se acerque más a estas mujeres. A partir de ese momento, interés afectivo de por medio, comienza a concernirse por ellas, por su micromundo, sus costumbres cotidianas, sus motivaciones, su cultura, sus deseos, su comodidad en esa especie de altillo que tiene el inmueble donde ellas se ocultan más que residen.

Esto posiblemente pueda ser leído como una falacia, el capitalista, hombre rico, que rompe las barreras sociales, pero en realidad es la estructura necesaria para llevar adelante, progresivamente, el relato tal cual el cuento de “Cenicienta”.

Lo que hace realmente llevadera la historia, aparte del guión y los muy buenos diálogos, es la forma de presentación y construcción al detalle de los personajes. Para que esto luzca era menester la selección de intérpretes que le den la carnadura exacta a cada uno, comenzando por amar incondicionalmente al personaje jugado por Carmen Maura y terminando por odiar al de Sandrine Kimberlain, actriz a la que amamos en el personaje de la maestra suplente en “Un affaire de Amor” (2009). En el medio se sitúa Fabrice Luchini, quien trabaja con sutileza su personaje mediante una gran economía de recursos, centrados en la expresión del rostro, la vos y el cuerpo casi inerme.

Para que esto se conjugue es imperioso contar un director que no pierda el pulso, ni de vista, que lo importante es el cuento y que aunque la realización transpire clasicismo narrativo por donde se lo mire, no deje de ser efectivo.

Si le extirpamos los interrogantes, posiblemente se transforme en una obra menor. Queda a criterio del espectador tomarlo únicamente como un pasatiempo, o darle una vuelta de tuerca al relato.