Las maravillas

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Los caminos de Gelsomina

La directora esquiva el tono dramático en esta historia sobre una familia de apicultores.

Todas las maravillas del mundo parecen tener, tarde o temprano, un destino parecido. Turístico al menos, de Disneylandia en versión patética en cualquier dimensión o punto cardinal de este planeta global. En Traslasierra, Córdoba, hay (y sirva como ejemplo) un balneario que se llama Las maravillas, con aguas cristalinas y lugareños vendiendo pastelitos a turistas de ocasión, que hunden sus patas en esos torrentes termales y tarifados del río Panaholma. Las maravillas, la película de la italiana Alice Rohrwacher que ella misma presentó en nuestro festival de Mar del Plata en 2014, tiene mucho de esa historia común, de ese cruce de culturas que huele a invasión.

Su drama ocurre en un pueblo etrusco, en la región de Umbría. Allí Wolfgang, su mujer y sus cuatro hijas viven de lo que producen en una granja aislada. Son apicultores, naturistas, y en el horizonte de este padre de familia no parece haber otro camino.

El primer acierto de la directora es esquivar el tono dramático; el segundo, elegir como protagonista a Gelsomina, la hija mayor de esta familia estricta, que en el despertar de la adolescencia sufre el camino que su padre eligió para ellos. Con ironía, ciertos toques de comedia y hasta una suerte de realismo mágico (innecesario) la historia avanza hacia ese cruce de culturas en un escenario paradisíaco en el que los lugareños descubren los agroquímicos, y en el que además se desarrolla un concurso televisivo conducido por la gran Mónica Bellucci, un ciclo para elegir a la familia que mejor represente los valores y tradiciones del lugar.

Una parodia disruptiva. Un sacudón para el mundo de Gelsomina al que se suma Martin, preadolescente alemán que llega por un programa de reinserción con el que la familia espera ganar algunos pesos. Todas atracciones para que Gelso se sienta tan atraída y confundida como el famoso personajes de Giulietta Masina en La Strada. ¿Quiere se granjera, seguir sacándole aguijones de abeja a su padre, trabajando como una esclava? ¿Qué la seduce de ese mundo frívolo que acabó con la calma familiar? ¿Hay escapatoria?

Sobre un tema transitado, universal también, Rohrwacher basa su trama en la sólida construcción de esa relación padre hija, amor y conflicto como naturaleza. Teje una mirada ácida sobre ese contexto que es cruce de culturas, aunque lo diluya a veces con simbolismos altisonantes puestos en un camello, un silbido. Mirada personal al fin sobre la posibilidad, sobre la libertad de padres e hijos para elegir si participar o no de tal o cual mundo. Más allá de las maravillas.