Las insoladas

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Seis amigas, un edificio capitalino, una terraza, y una época social determinada; esto conjuga el combo Las Insoladas, segundo opus de Gustavo Taretto luego de la llamativa Medianeras. Ellas tienen anhelos, sueños, inquietudes, conflictos, y bien en un lugar y en un momento determinado. Sí, estamos frente a un film de diálogos, y aunque su director y guionista asegura haberles dado libertad a sus intérpretes, pareciera que cada palabra, cada punto y coma, fueran meticulosamente diagramados.
Ellas son Valeria, Karina, Lala, Flor, Vicky, y Sol; o sus intérpretes, Marina Belatti, Elisa Carricjo, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, y Maricel Álvarez. Seis amigas e integrantes de un grupo de danza, que en la noche tiene un concurso de Salsa, y para eso tienen que estar espléndidas. Es fines de diciembre, y van a pasar todo el día en la terraza, de polizontes, absorbiendo cada gota de sol para dorar su piel y ver rozagantes y doraditas para el jurado. Pero claro, pasan las horas, y la temperatura aumenta, en todo sentido.
Podrían decir que son estereotipos o clichés de mujeres, una peluquera, la ayudante que realiza la manicura que además cumple el rol de “la nueva”, una promotora, una psicóloga amante de cuanta terapia alternativa se cruce en su camino, una recientemente separada, y “la negativa”. Las charlas, mientras se pasean en bikini permanentemente, varían de trivialidades varias a temas que tiene más que ver con su vida, sus problemas.
Hasta que se instala una disyuntiva, el año que viene hay que viajar a Cuba, basta de vacaciones de chiquitaje, tiene un año entero para juntar dinero y realizar las vacaciones que marcaran sus vidas, o así auguran. Claro, todo se sitúa en la década del ’90, año específico incierto, pero de promedio, mitad de década; y ese dato lo marca todo, Estas seis chicas son hijas de la situación que atraviesa el país, de la banalidad que todo lo envuelve, de ese aire superfluo que permite hablar del comunismo y de las revistas del corazón con la misma liviandad.
Años de sueños de grandeza, del vale todo, estas amigas sueñan mirando hacia el afuera que creen un paraíso, la cuba turística; creen en la estética como superadora de conflictos, y compraron esa idea de hacer todo por el objetivo.
Es el capitalismo en miniatura, un botón frívolo. Las insoladas avanza erráticamente, de un comienzo algo exasperante hasta llegar al climax cuando se proponen el objetivo; ahí sí el asunto comienza a tomar forma, y se entiende mejor a qué apunta, aunque ya haya alcanzado una parte importante del metraje. Al igual que en Medianeras, Taretto adapta un corto suyo homónimo, y otra vez, el asunto huele a estiramiento, más personajes, anécdota alargada. No obstante, se nota un cuidadísimo detalle en lo técnico y en lo estético, Las Insoladas, por momentos parece una obra pop de Andy Warhol, y hasta los colores no son librados al azar.
El grupo de intérpretes despliega química y luce homogéneo aun cuando sus personajes empiecen a ventilar los trapitos al sol entre ellas. De entre todas, quien más se luce es Violeta Urtizberea, en el rol con mayores matices, más logrados, y con la mejor escena de la película a cuestas; Violeta demuestra que desde Magazine Forfai no ha parado de crecer en talento.
Algunos toques confusos en la ambientación de época (por momentos pareciera que transcurre durante todos los ’90, con cosas de los primeros años y de los últimos a modo de melange) y tropiezos en la continuidad, nublan el conjunto, y llaman la atención ante tanto detalle en la puesta en escena. Con sus aciertos y sus desconciertos, Las Insoladas es una obra que pretende graficar una época a través de un cliché, d una situación que mirada con cierta lejanía suena hasta de grotesco, pero que en ese momento era real y palpable.
Ese indudablemente es su mayor acierto, saber dosificar los dardos en un ámbito que pareciera de vacuidad total. Cada una con sus personalidades diferentes y marcadas, pero con la misma nada a cuestas, representan a un sector de esa sociedad que parecía dormir en un sueño eterno; quizás Taretto esté queriendo decir más de lo que parece.