Las inocentes

Crítica de Álvaro Fuentes - La cueva de Chauvet

Las inocentes: violencia y conflictos éticos

Es cierto que la película polaca Las inocentes puede ser leída en clave de la violencia sufrida por las mujeres en escenarios de conflicto. Género, violencia y conflicto son temas de relevancia en las agendas de Derechos humanos. Pero para elaborar conceptos teóricos, el cine de ficción debe siempre recurrir a estrategias narrativas, que es donde me gusta poner el ojo cuando veo una película.

En cuanto a la estrategia narrativa de Las inocentes lo primero que hay que destacar es el ingenio de la propuesta para evitar mostrar la violencia. Se trata de una película que habla de la violencia pero sólo sugiriéndola. Los espectadores sabemos que en el pasado un convento de mujeres sufrió el ultraje de un comando militar, en plena Segunda Guerra Mundial, pero no se nos muestra nada de ello, salvo por los relatos orales de las monjas. Hay una única escena en la que esa violencia del pasado emerge de forma semi-directa: las monjas se encuentran cantando en la misa y de repente la armoniosa melodía es interrumpida por voces masculinas, con aires marciales, entrando intempestivamente en el monasterio. No vemos ese escuadrón militar, la cámara se queda con las religiosas. Algunas de ellas siguen cantando, como queriendo evadirse de lo que escuchan, o simplemente rezando frente a la adversidad inminente, otras entran en estado de pánico. En el aire flota la posibilidad de que los abusos del pasado se repitan. Finalmente, los soldados se retirarán rápido del convento, movidos principalmente por una mentira astuta que logra ahuyentarlos. En tiempos en que gran parte del cine no parece encontrar fórmulas efectivas por fuera de la exposición directa del hecho violento, esta película logra hablarnos del tema pero sin caer en el recurso fácil y efectista.

Hay una segunda escena, de una violación que no se consuma, a la voluntaria de la cruz roja francesa que se involucra con esa iglesia que está realizando partos clandestinamente, producto de los abusos perpetrados, y que no quiere que trasciendan para que las monjas no sean estigmatizadas. La joven francesa debe conducir una camioneta por la noche para llegar a esa iglesia y, en una de esas cruzadas nocturnas, el ejército ruso la intercepta en el camino. Alcoholizados, los soldados intentan abusar sexualmente de ella, lo que no termina de ocurrir por la llegada de otro oficial ruso, de mayor rango, que parece estudiar un poco más la situación e impide que se consume el acto.

Nuevamente, la película nos muestra la violencia sin exponerla en toda su brutalidad. El personaje parece tomar conciencia del sufrimiento de esas mujeres en el convento a las que asiste médicamente, pero también para el espectador es un golpe duro por esa proximidad controlada a la que es sometido con los horrores de la guerra.

Hay un segundo tema en la película, que interesa mucho a cierto cine intelectual europeo, que es el de la vida religiosa. Suele utilizarse a la mujer devota para expresar cierta pureza ética. Está la película de Margarette Von Trotta Visión, la historia de Hildegard Von Bingen o Bernadette de Jean Delannoy. Pureza que va a ser puesta en crisis como en la francesa La religiosa de Jacques Rivette, o en la también polaca Ida. O en Las amistades particulares y Sinfonía pastoral, también de Delannoy, donde son niños varones en un internado religioso en el primer caso y un pastor que da misas en un pequeño pueblo en el segundo.

En Las inocentes podría hablarse de un conflicto entre dos éticas, la que intenta asistir desde un paradigma laico y humanitario a las monjas que fueron abusadas, ayudándolas a parir en condiciones dignas los bebés, que fueron producto de las violaciones, y buscando la forma de que el hecho no trascienda para no perjudicar el prestigio del convento. Y la otra moral, la de la castidad y el renunciamiento, que lleva a ciertas monjas, y sobre todo a la madre superiora, a evitar por todos los medios que no aflore entre ellas la vocación maternal, ni tampoco cierta permisividad a ser revisadas por los médicos, visto ese contacto físico como un acto pecaminoso.

Se trata de una situación que pone en crisis ambas éticas, y en la que las dos partes involucradas, monjas y médicos, deben renunciar a algo. La voluntaria comunista de la cruz roja debe involucrarse con una institución, la iglesia, en la que nunca pensó que iba a depositar esperanzas. Debe tolerar los rezos que interrumpen (¿queriendo “purificar” tal vez?) cada intervención ginecológica de los médicos.

Conflictos éticos de laicos y religiosos, la conciliación en vistas a trabajar en situaciones de conflicto y la violencia, son algunos de los temas que pueden extraerse de la película polaca, de la directora Anne Fontaine, todos tratados con gran sensibilidad y profundo cuidado estético.