Las horas más oscuras

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Con films como Pride & Prejudice, Atonement o incluso esa excelente pieza de fábula de acción que es Hanna, el inglés Joe Wright demostró desde el inicio de su carrera en la dirección un estilo sofisticado para nada frío, más bien lo contrario. Detrás del manejo extremadamente correcto de la narrativa y sus imágenes, Wright apostaba a transmitir la pasión y la fuerza que el relato poseía. Atreviéndose a exprimir de las imágenes todos los elementos y el poderío a favor de la historia y su estética. Pero en algún punto de su filmografía, a medida que su perfeccionismo estético iba en crescendo, el poderío de las historias a contar disminuyó considerablemente. Y tal vez Darkest Hour sea por lejos el mejor (o peor) ejemplo de ello.

El correctismo, político y fílmico, es algo que se respira en todo momento en esta adaptación sobre cómo Winston Churchill (Gary Oldman) asume el puesto de Primer Ministro y carga con el deber de salvaguardar el bienestar de toda una nación en tiempos de guerra. Y si bien se transmite perfectamente las fuertes convicciones y el poder de oratoria de su protagonista, un hombre difícil de tolerar pero que con dicha personalidad es la mejor opción para hacerle frente a otro ser intolerante como Hitler, el film no cuenta con el mismo nivel de fortaleza. No posee en su narrativa más que las intenciones de ser una oda a la figura de Churchill, y con ello como único elemento a sostener por dos horas, el trabajo de Wright se vuelve sumamente tedioso y que difícilmente pueda llegar a ser recordado con el correr de los días.

El film brilla en todo su apartado técnico, las puesta en escena y la manera en que el director utiliza la cámara como un leve paneo sobre el coreográfico movimiento al caminar de extras y personajes principales, dota a las imágenes de una identidad pictórica que al verlo funciona como si se estuviera ante una seguidilla de cuadros, retratos de una época histórica. Pero es también ese carácter museístico lo que le brinda al tono del film una frialdad que no logra hacer conectar al espectador (excepto que se trate de un patriota británico o de la reina) con la figura de Churchill.

La relación de Churchill y su secretaria Elizabeth (Lily James) funciona como unión entre la mirada política del Primer Ministro y la opinión del pueblo, aunque luego esto también se ve de manera más banal cuando el político se atreve a tomar el metro y se relaciona con “la gente común” en un forzado momento de patriotismo desmedido. Más allá de eso, la función de la secretaria es mecanografiar los importantes discursos de su empleador y es así como básicamente la trama se desarrolla a través de la preparación y la emisión de discursos que ponen en la apasionada voz de Gary Oldman las palabras pensadas alguna vez por Churchill. Con muchos más discursos pero menos tartadumedo que en The King’s Speech (Tom Hooper, 2010).

Y si bien no se puede negar el poder de convicción y el férreo espíritu combativo del histórico Primer Ministro, sus palabras por sí solas se encargan de demostrarlo, el film de Wright carece en su ejecución la forma de transmitir por sus propios medios la misma energía y relevancia de Churchill y su retórica. Dando entonces en su totalidad un film correcto pero no por ello bueno. Demostrando a finde cuentas, y paradójicamente, lo poco correcto que termina resultando (W)right.