Las horas más oscuras

Crítica de Martín Escribano - ArteZeta

CINE CONSERVA

En sintonía con otros films pro-británicos como La dama de hierro (2011), El discurso del rey (2010) y La reina (2006), Las horas más oscuras (inexplicable pluralización del original Darkest Hour) se sitúa en el año 1940, cuando la Cámara de los Lores decide reemplazar al Primer Ministro Chamberlain por el extravagante Winston Churchill, cuya dudosa reputación reúne los vicios del tabaco y el alcohol con antecedentes poco felices como la derrota en la batalla de Gallipoli durante la Primera Guerra Mundial, cuando ocupaba el cargo de Primer Lord del Almirantazgo. El ascenso al poder de uno de los próceres ingleses más retratados de la historia del cine (Brendan Gleeson, John Lithgow, Michael Gambon y un largo etcétera), sus reveses ante el brutal avance del nazismo, la Batalla de Calais y la gesta de la Operación Dínamo (que hemos visto en otra de las nominadas al Oscar este año: Dunkirk) son contadas por medio del excesivamente didáctico guión de Anthony McCarten, cuya última película fue La teoría del todo, otra biopic. Por su parte, la fotografía a cargo del exitoso Bruno Delbonnel es demasiado prolija, asfixiante de tan perfecta, y hay que decir que si bien el director Joe Wright se mueve como pez en el agua cuando se trata de cine histórico (Anna Karenina, Orgullo y prejuicio, Expiación), lo más destacado de Las horas más oscuras no es ni su guión (la escena del subte en la que Churchill se funde con el pueblo es absolutamente ridícula) ni su cinematografía ni su dirección. Digamos que Gary Oldman entrega la que quizás sea la interpretación definitiva del “bulldog británico”: su réplica física es asombrosa y existe una agradable armonía entre el maquillaje, la modulación de su voz, sus tics y su motricidad. Las horas más oscuras es demasiado obediente, se pasa de académica y eso es algo que los académicos suelen valorar. Stephen “Stannis Baratheon” Dillane como el vizconde y rival Halifax, Kristin Scott Thomas como su esposa y Lily James como su secretaria acompañan correctamente una película que decidió privilegiar, en desmedro de sí misma, la forma por sobre el contenido. Si Meryl Streep ganó su tercer Oscar interpretando a Margaret Thatcher, que nadie se sorprenda cuando Gary Oldman gane el primero por revivir a otra figura histórica, también británica. Será un reconocimiento tardío para un actor que ha sabido ser Sid Vicious, Joe Orton, Jim Gordon, Lee Harvey Oswald, Drácula y Jean-Baptiste Emanuel Zorg. Uno que decidió no ser del Partido Conservador y salir airoso de este monumento a la corrección.