Las furias

Crítica de María Bertoni - Espectadores

El plano general de una vieja ¿F100? detenida en suelo desértico, bajo un cielo color rosa fosforescente, se funde en el plano medio de una pareja de jóvenes que se abrazan en ese mismo lugar recóndito. Así comienza Las furias, película que la ecléctica Tamae Garateguy dirigió en la provincia Mendoza, a partir de una idea original de los actores protagónicos Nicolás Goldschmidt y Guadalupe Docampo.

Los colores infrecuentes que el fotógrafo Pigu Gómez supo capturar, y los rostros enamorados y a la vez apesadumbrados de Leónidas y Lourdes, parecen anunciar la recreación de una pesadilla. El despertar agitado del muchacho, que la cámara registra minutos después, valida la sospecha pero sugiere que el mal sueño es una versión fiel de la realidad.

El guion de Diego Fleischer cuenta la historia de un amor objetado, perseguido, conjurado, sancionado, y sin embargo (o por eso mismo) invencible. La introducción onírica adelanta la naturaleza fragmentada de la crónica de sucesos que transcurren en un Laguna del Rosario, a lo largo de varios años.

Garateguy avanza y retrocede cómodamente en el tiempo. También maneja con destreza el crescendo de violencia que acorrala a la pareja mixta, diría algún purista: él es sobrino de un cacique huarpe (Juan Palomino); ella es hija de un terrateniente rubión, además de racista y machista (Daniel Aráoz).

La música de Sami Buccella contribuye en términos de tensión. Por otra parte, realza el color autóctono de un relato clásico y de alcance universal.

La caracterización de los personajes resulta menos lograda: el maquillaje y algunas actuaciones exageran rasgos arquetípicos y empujan, sobre todo a los antagonistas, al borde de la caricatura.

Al margen de sus aspectos cuestionables, esta producción recuerda una de las virtudes más interesantes de Garateguy: la voluntad de experimentar con distintos géneros cinematográficos (ya lo hizo con el documental, el drama, el terror, el policial negro y con la sátira cuando co-dirigió UPA 1 y 2). La segunda fortaleza es su sentido del humor, que por momentos parece asomar detrás del patrón a cargo de Aráoz o de la bruja que encarna Susana Varela.

Es posible que esa percepción sea ilusoria. De hecho, en retrospectiva, Las furias se revela como el trabajo menos juguetón de la realizadora porteña.