Las edades del amor

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Un manual lleno de prejuicios

Al final de Las edades del amor ( Manuale d’ amore 3), uno se dispone a escribir lo que ya debió escribir -lamentablemente- tantas veces. Que se trata de una comedia romántica esquemática, con un guión elemental y gastado, abundante en clichés, moralejas y postales turísticas. Pero en este filme, en el que actúan Robert De Niro y Monica Belluci (sin lucirse, por cierto), hay más para destacar: su festiva misoginia.

Como sus antecesoras, al antiguo modo italiano, la película se divide en episodios: “Juventud”, “Madurez” y “Más allá”, eufemismo que más que anular la palabra vejez la destaca. Un personaje kitsch, de sentencias grandilocuentes, es el hilo conductor: lleva arco y flecha y se llama, claro, Cupido. La primera historia se centra en un abogado a punto de casarse con una mujer angelical, hasta que lo tienta una suerte de ninfómana (construcción libidinal masculina, como las lesbianas ultrafemeninas). El segundo segmento, en el que una comehombres jaquea a una pareja, parece una versión de Atracción fatal en clave de comedia desbordada. La última parte muestra a De Niro como un viejo profesor de arte, trasplantado, cuyo nuevo corazón palpita (ay, ay, ay, esas metáforas) por la hija de un amigo a la que él le lleva varias décadas (Belluci).

Las “rompematrimonios” de los primeros episodios son desenfrenadas: tsunamis eróticos arrastrando a hombrecitos que deberían haber optado por el benigno modelo de la mujer-madre. Pero, momento: a la larga, las amazonas del sexo se arrepienten y confiesan angustiadas sus pecados: “Soy un desastre, una mentirosa, infiel. Y no quiero tener hijos. Gasto mucho dinero en tonterías”.

El personaje de De Niro nos da más lecciones de vida: el amor no tiene edad, sobre todo si uno se levanta a una chica que podría ser su hija. Nada sabemos del deseo de las mujeres maduras: esta película, en todo caso, lo ridiculiza