Las dos reinas

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Una sororidad que dista mucho de ser amigable

La clave de lectura de esta versión de la directora Josie Rourke sobre la clásica rivalidad entre Isabel I y María Estuardo pasa por el feminismo.

En su momento de mayor acercamiento, María de Estuardo e Isabel I de Inglaterra se abrazan y se dicen “las hermanas no se abandonan”. Aunque eran primas. Probablemente este trato sea explicable por la intención de la realizadora, Josie Rourke, de constituir alrededor de ellas una sororidad, de la que tal vez también formarían parte las doncellas de María, que cuidan por ella. Lo curioso es que la relación entre las primas dista de ser amigable: a lo largo de un cuarto de siglo han sospechado una de otra, confinado largamente Isabel (la bella Margot Robbie, con un aplique nasal para afearla) a María (la escocesa “auténtica” Saoirse Ronan) para anular su peligrosidad, celado porque la escocesa es linda y la otra no, envidiado porque Mary puede tener hijos y Elizabeth no, acusada la linda de conspiración para derrocar y asesinar a la fea y finalmente decapitada una a manos de la otra. “Si esto es la sororidad, sigamos siendo primas”, podrían haberse dicho. 

Más allá de la desencaminada voluntad de la realizadora por forzar sentidos, lo que muestra Las dos reinas (basada en una biografía clásica escrita por el británico John Guy) es que el trono no es un lugar plácido, al menos en épocas de inestabilidad. La vida de la católica María Estuardo –que conoce dos rendiciones cinematográficas previas, la película del mismo título dirigida por John Ford en 1936, y una desechable Marie, Queen of Scots, de comienzos de los 70, con Vanessa Redgrave como María y Glenda Jackson en el papel de su rival– fue una montaña rusa. Tenía seis días de vida y ya estaba reinando en Escocia, ante la muerte de su padre. De niña se trasladó a Francia y a los 17 era reina consorte en ese país, ante la coronación de quien desde un año antes era su marido. Dejó de serlo un año después, al morir. Considerándose francesa, María volvió a su patria, a donde llegó reclamando derechos sobre el trono inglés (en este punto la toma Las dos reinas). Por ese motivo su prima Isabel, que era protestante, no le sacaría el ojo de encima. 

En el medio hay un permanente vaivén de sus súbditos, que ora la aman, ora la odian. E incesantes conspiraciones de quienes un día pueden estar de un lado, y días más tarde del otro. Para no hablar de Isabel, adherida al trono desde el momento en que su prima cruzó el Canal de la Mancha. Y convertida en algo así como una estatua de piedra, cuando las cartas están echadas. Sería injusto acusar de teatralidad a Mrs. Rourke, aunque ése sea su origen, con especialización en relecturas de obras clásicas. La clave de lectura parecería pasar en este caso por el feminismo, a estar de esa afirmación de fidelidad entre las primas repentinamente hermanas. Y también de otros detalles, desperdigados a lo largo de la trama. La unidad que forman María y sus doncellas, al punto de que un visitante no logra saber quién de todas ellas es la reina. La sensibilidad de ambas reinas, que en medio de un mundo viril hecho de violencia, misoginia (un predicador protestante quiere destronar a María por el simple hecho de ser mujer), ambición despiadada, intrigas, alcoholismo (de uno de los esposos de María) y crimen (uno muy desagradable, de uno de los servidores de confianza de María, que recuerda al de Julio César) son capaces de sentir, llorar y tener deseos de vida. Aunque conspiren tanto como los hombres, eso sí.