Las calles

Crítica de Sergio Araujo - Cinéfilo Serial

“¿En qué se basará la decisión artística que lleva a que en una película titulada “Las calles” el protagonista que primero se nos presenta sea principalmente el mar?”, pensaba innecesariamente (tal vez), mientras la historia sin darme cuenta me cobijaba en lo más íntimo de su esencia. Es que en el uso de planos generales y necesariamente estáticos, más la complicidad de nuestros privilegiados paisajes del sur argentino, se nos regala en los primeros segundos de película una ineludible sensación de paz, a la que ya nos hemos desacostumbrado los que vivimos en ciudad. Y entonces, como primer indicio, se puede interpretar románticamente que el calmo oleaje de mar indica implícitamente el ritmo y estado de ánimo necesarios al que debemos predisponernos para estar en armonía con la película. Sin duda, una invitación más que atractiva.

Las instancias dramáticas que suceden a la primera secuencia anteriormente redactada, están abocadas a convidarnos del estilo de vida rural, pueblerino y real, ya que la película mezcla escenas de ficción con escenas documentales, un estilo narrativo bien cuidado y excelentemente construido que, sin duda, ha sido uno de los principales aciertos artísticos que llevaron al film a consagrarse con premios del BAFICI y otros festivales.

Todo transcurre en el pacífico Puerto Pirámides, un pueblo donde las calles no tienen nombre (¡Bingo! Aquí parece estar la razón del título de la película). Es por eso que Julia, maestra de la única escuela del lugar, desarrolla un proyecto escolar que compromete a sus alumnos en un objetivo común: buscar nombres para denominar las calles. Para lograrlo, acuerdan llevar adelante una serie de entrevistas a distintos habitantes del pueblo, para que cada uno de ellos les sugieran los posibles nombres y sus razones al momento de candidatearlos para una posterior votación abierta a la comunidad. Por esta vía, no sólo conocemos a distintos y atractivos personajes, sino que también conocemos al pueblo a través de sus relatos, en un clima totalmente similar al que de alguna manera ya vivimos los que tenemos o tuvimos el privilegio de compartir una tarde de mates con nuestros abuelos, esos seres mayores que con una dulzura indescriptible nos cuentan una cantidad inagotable de anécdotas sobre su pasado. Así entonces, más de uno va a rememorar sus propias escenas, mientras los personajes…quiero decir, las personas de la película, nos cuentan las suyas. Nota personal: Se agradece este “pequeño viaje regalado a mi infancia” (algo que seguramente también agradezca quien vea la película). Además, las historias son un excelente pretexto para darse un tiempo de reflexión sobre el tiempo, las historias y la vida, su complejidad y sencillez, que son en definitiva, grandes tópicos que sostienen a la película.

Finalmente, en el mar que abraza al pueblo de Puerto Pirámides flotan las mayores esperanzas y razones de vida de sus habitantes, ya que éste es el principal modo de vida que ellos tienen: El de trabajar en todo aquello vinculado al puerto. Una comunidad de culturas y personalidades visiblemente heterogéneas, de seres humanos con diversos pasados que un día patearon el tablero y decidieron irse a construir una vida en otro lugar: Puerto Pirámides. Se podría decir que al pueblo, y al mar, le deben lo que son hoy en día, su actualidad. Y tan grande es el mar como lo es la actuación de Osvaldo Bayer en la película, una de las perlitas imperdibles de la misma.

Puntaje: 3,5/5