Las buenas intenciones

Crítica de Marcelo Cafferata - Lúdico y memorioso

Llega a esta edición del Festival de Cine de Mar del Plata, dentro de la Competencia Argentina y después de haber pasado por otros prestigiosos festivales como San Sebastián o Toronto, la ópera prima de Ana García Blaya “Las Buenas Intenciones” que con fuertes tintes biográficos, describe el vínculo de un padre con sus tres hijos, atravesando un proceso de separación.

Si bien justamente el centro de la historia es la figura del padre, gran parte del relato girará en torno de la mirada de la hermana mayor de esos tres hermanos, que corren diferente suerte en manos de un padre recientemente divorciado que hace lo que puede –con notorios desaciertos y múltiples desprolijidades en su comportamiento- para poder criarlos en los momentos en que comparten la convivencia y el cotidiano, en su régimen de visitas.

Uno de los pilares fundamentales de “ Las Buenas Intenciones”, es que se permite ahondar en una temática que no es tan frecuente dentro del cine y darle de esta manera una voz, una entidad y una relevancia al rol que cumple el padre en la crianza, muchas veces menospreciado o poco tenido en cuenta.

Lo interesante de la construcción que hace García Blaya de la figura del padre es que no lo presenta como una figura perfecta ni con la que fácilmente el espectador pueda empatizar en todas las situaciones: se vuelca, por el contrario, por mostrar todas sus imposibilidades, sus contradicciones, sus zonas más endebles, lo muestra vulnerable y querible a la vez, y allí, lejos de cualquier idealización, es donde el relato gana cuerpo.

Esta paternidad activa que muchas veces se choca con la mirada sesgada y prejuiciosa de un punto de vista materno que impone -sin quererlo- otros prototipos, que debe lidiar en muchas ocasiones con los estereotipos que marca la sociedad como “obligatorios”, con las dudas y opiniones tendenciosas a la hora de ver a un padre desarrollar, con las herramientas con las que cuenta, la tarea de crianza.

La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal. E indudablemente, al poner los condimentos de su historia propia, ha hecho que las situaciones que plantea el guion suenen tan creíbles y tan naturales y ganen intimidad.

Ese padre es Gustavo (Javier Drolas), que no sabe cómo hacer pie entre su trabajo –tiene una disquería junto con un amigo-, su desordenada vida privada que se parece más a la de un adolescente tardío que a la de un padre de familia y la crianza de sus hijos que por momentos desequilibran más aún, la precariedad de su universo.

La mirada absolutamente amorosa de García Blaya hace reflexionar, en un contexto donde nada se presenta como certezas reveladas, si es más valioso un padre que cumple con todos los mandatos y lo que se espera de él, que a vista de los demás da un cierta seguridad y un cierto orden, o aquel que pone el corazón en lo que hace –aun con una catarata de errores e irresponsabilidades- y que llega directo a cada uno de sus hijos como dador de afecto, de contención y de ese amor que pasa de corazón a corazón, más allá de cumplir con ciertas convenciones que en su rol, se imponen.

Ante diversos problemas económicos, la madre con su nueva pareja (Jazmín Stuart y una breve pero constructiva participación de Juan Minujín) decidirán irse a vivir a Paraguay y acompañaremos tanto a Gustavo, como a su hija mayor Amanda, a tomar decisiones fundamentales frente a ese gran cambio.

La química perfecta de Drolas con Amanda Minujín -en el rol de la hermana mayor- potencia toda la sensibilidad del relato y entablan una complicidad y una armonía que no siempre es fácil de lograr en la pantalla con tanta espontaneidad.

Con la emocionalidad a flor de piel “Las Buenas Intenciones” cierra su relato con esas grabaciones, fotos, recuerdos, VHS de los que solemos servirnos para transportarnos a otras épocas, regalándonos un entrañable retrato familiar teñido de una dulce melancolía.

POR QUE SI:

«La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal».