Las buenas intenciones

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Mucho más que una película de amor

Ensayo autobiográfico, suerte de homenaje sobre la relación entre la directora y su padre, el músico Javier García Blaya, fallecido en 2015, integrante del grupo Sorry junto al también fallecido Pablo Fischerman, Paola Pelzmajer y Sebastián Orgambide, pero también retrato de época sobre quienes resistieron al vaciamiento cultural de los años 90, resultan los pilares fundamentales sobre los que erige Las buenas intenciones (2019), tal vez uno de los debuts más prometedores y estimulantes del último año.

Años 90. Gustavo (Javier Drolas) es padre de tres hijos, está divorciado del personaje de Jazmín Stuart y tiene una disquería con su mejor amigo (Sebastián Arzeno). Gustavo no es un hombre al que la responsabilidad le siente bien sino todo lo contrario. Es el eterno adolescente con síndrome de perterpanismo que pasados los treinta y pico sigue actuando como tal.

Las buenas intenciones es la mirada nostálgica, según el punto de vista de Amanda (alter ego de Ana Garcia Blaya), una de sus hijas, sobre el amor entre un padre y su hija cuyos rolos son ejercidos a la inversa, pero también un ensayo crítico hacia la política de los años menemista, época de los veraneos en Miami, del deme dos y la frivolidad de la pizza con champán mientras la industria nacional se destruía, el desempleo crecía y los "Todo por $2" y las canchas de padle se reproducían como conejos.

Narrada en tono de tragicomedia, Ana Garcia Blaya construye una historia simple, sin demasiadas pretensiones narrativas ni estilísticas, repleta de matices, donde cada dialogo funciona de manera precisa sin resultar artificial, evitando siempre caer en golpes efectistas y manipulaciones emocionales, poniendo un punto en el momento en que todo se puede desbarrancar tanto para el lado del humor absurdo como del melodrama. Todo está en perfecto equilibrio sin que esto parezca calculado.

Las canciones de Sorry (el título de la película hace referencia a una de ellas), que integran una banda sonora que en ningún momento molesta ni aparece como relleno sino que suena en función a la necesidad de la trama, junto a las actuaciones de un elenco que apela a la naturalidad, donde Amanda Minujín resulta todo un hallazgo, funcionan como el complemento ideal para que Las buenas intenciones se convierta en la pequeña gran obra que es.