Las buenas intenciones

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Gustavo sigue siendo adolescente. Lo vemos empleado de una disquería, de aquellas que copiaban en cassete los temas pedidos, que reunían coleccionistas fanáticos y conocedores no sólo de tapas. Fanático de su instrumento, de la banda a la que pertenecía, siguió fiel a los viejos amigos, al fútbol, a la bohemia y a la falta de responsabilidad. Por eso su casamiento se fue al diablo, pero sus tres chicos siguen formando parte de su vida y se convierten en sus admiradores por su desparpajo adolescente y su cercanía con la infancia.

La película de Ana García Blaya pinta sensiblemente una época (los "90), indaga simplemente con acciones, la dificultad de la bohemia por integrarse a una vida ordenada y con códigos. Lo hace con una actitud lúdica, no tomándose demasiado en serio los problemas, pero sin soslayarlos. Recuerda a otra grata comedia argentina, "Días de vinilo", que también paneaba sobre el tema de la música.
"Las buenas intenciones" es un filme con componentes autobiográficos, lo cuenta la dedicatoria del filme. Son fragmentos de la vida de la directora, criada en un espacio donde se amaba la música, se la sentía y se la disfrutaba a pesar de todo.

ACTORES IDEALES
Una característica del estilo de Ana García Blaya es la fluidez de su relato y la utilización de videos caseros que ablandan la historia y le dan toques de autenticidad a una narrativa que cuenta con actores ideales como Javier Drolas (Gustavo) y Jazmín Stuart en la exacta ex esposa de un bohemio, que intenta mantener el delicado equilibrio que todavía la une a un seductor con el que no pudo conciliar un hogar coherente.

A ellos se suma la espontaneidad de Sebastián Arzeno como Néstor y la de una promisoria actriz niña, Amanda Minujín, de expresivo rostro.
"Las buenas intenciones" destila música, desde canciones de la banda Sorry (el padre de la directora la integraba) hasta música de Charly o Los Violadores.