Las buenas intenciones: Ser responsable en los ’90s.
El ser adulto conlleva decisiones y responsabilidades que, muchas veces, son difíciles de sobrellevar. Estrenada en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, esta comedia dramática, ópera prima de Ana García Blaya, sorprende con su ternura y mucho rock del bueno.
Podría decirse que se trata de una película más dentro del subgénero padres separados + hijos en discordia, pero no. Esta historia tiene un corazón propio que late entre la ficción y la realidad de la directora. Acá el convertirse en adulto está dado tanto por el padre (que es un adulto inmaduro) y por la hija mayor, una niña que no puede serlo debido a sus precoces responsabilidades. Una comedia emotiva, hecha con mucho cariño y buenas intenciones.
Años ´90. Gustavo (Javier Drolas) es un hombre divorciado que vive de una manera particular: yendo a la cancha sin importar el clima, fumando marihuana, viviendo de noche, con una casa maltrecha, dueño de una disquería que va a pérdida, pero que es divertido tenerla con su mejor amigo Néstor (Sebastián Arzeno), manejar su Torino con el rock a todo volumen, siendo impuntual, despistado en cuanto a sus responsabilidades y emocionalmente inmaduro. Lo que cabe aclarar es que es padre de 3 chiquitos que lo necesitan. Su ex esposa, Cecilia (Jazmín Stuart), tiene nueva pareja, Guille (Juan Minujín). Cuando ella le informa a Gustavo que piensa radicarse con su novio y los 3 chicos en Paraguay, él lo acepta pero con una mezcla de sensaciones.
La historia gira en torno a Amanda (Amanda Minujín), la mayor de los hermanos que, cuando están con su padre, se encarga de cuidar a Lala (Carmela Minujín) y Ezequiel (Ezequiel Fontenla) como si fuesen sus hijos. Ella se hace cargo de todo, siendo muchísimo más atenta y responsable que Gustavo. Así, cuando los planes son ir a vivir a Paraguay, Amanda está decidida a quedarse con él. Gustavo no se quiere separar de su hija porque sabe que la va a extrañar, pero también sabe que no es capaz de propinarle los cuidados que merece. Esa es la relación padre – hija da muchas vueltas entre adultos – niña/adulta precoz – niño tardío.
La directora Ana García Blaya se basó en su propia niñez, junto a sus hermanos y a su padre desaparecido, Javier (integrante de la banda Sorry). Se mezcla la ficción con fragmentos de recuerdos familiares de García Blaya en VHS. Esto le agrega un detalle sumamente emotivo que, al principio no se entiende a qué refiere, pero a medida que pasan los minutos, nos da ternura la manera en que se entrelazan las imágenes, con total sencillez.
Javier Drolas como el padre protagonista de la película, ese rockero que aún no superó la adolescencia, lo hace fantástico, uno lo aborrece en un principio porque es un inmaduro e irresponsable, pero después va generando empatía a partir de sus buenas intenciones y su incapacidad como padre. Jazmín Stuart y Juan Minujín aportan lo necesario, desde el nivel de sus interpretaciones a las que nos tienen acostumbrados.
La revelación actoral es Amanda Minujín, aunque también actúa su padre y su hermanita. Ella logra un papel de una envidiable espontaneidad y ternura, cargando todo el peso de la historia en sus pequeños hombros. Sus diálogos emotivos y sus gestos tan naturales le dan una abrumadora profesionalidad a esta preadolescente que tiene un camino prometedor delante de las cámaras.
Las buenas intenciones es un homenaje a los padres que, a pesar de su incondicional amor, no logran hacerse cargo de las responsabilidades de tener hijos. Y, por qué no, un homenaje a la década del ´90. Es una película pequeña en cuanto a su estructura, pero de un carácter gigante. Una ópera prima con gran corazón, de esas que hacen querer ver pronto lo siguiente de la directora. Sólidas actuaciones y un guion noble, con mucho rock nostálgico e imágenes en VHS de recursos verdaderos, todo lo que hace que esta película no sólo sean buenas intenciones, sino excelentes resultados.