Las aventuras del Capitán Calzoncillos

Crítica de Néstor Burtone - Otros Cines

Una delirante y lograda producción animada en la línea de Bob Esponja y Padre de familia.

El director de la irregular Turbo (David Soren) y el guionista de Los Muppets (Nicholas Stoller, también realizador de Buenos vecinos) unen fuerzas para esta película de DreamWorks que evade los usos habituales del cine de animación. El resultado no es perfecto, pero tiene más ideas que el 90 por ciento de las películas de Hollywood.

Basada en una serie de libros infantiles del estadounidense Dav Pilkey, Las aventuras del Capitán Calzoncillos es el nombre de la historieta que escriben a cuatro manos George y Harold, dos de esos amigos que lo comparten todo, desde la escuela hasta su hobby. Ellos tienen una pulsión crónica por el chiste fácil, como si ninguna situación pudiera culminar si no es con una risa. La película, en ese sentido, toma esa directiva como norte y entrega un caudal de chistes de gran volumen. Y en su mayoría buenos.

Harto de estos alumnos díscolos, el director amenaza con separarlos de aula, lo que sería un punto límite para su amistad. ¿La solución? Hipnotizarlo para convertirlo en la encarnación del Capitán Calzoncillos. No suena muy coherente que digamos, y felizmente no lo es: el film de Soren es tan anárquico en su forma (la animación puesta al servicio de la comedia) como en su desarrollo, con desvaríos narrativos que remedan a Bob Esponja y Padre de familia.

Solucionado el primer problema, los chicos ahora se enfrentan con uno aún mayor: un malvado profesor de ciencias que está dispuesto a borrar la risa del mundo alterando el cerebro de los humanos. Harold, George y el flamante superhéroe iniciarán así una lucha en medio de una película que irá cambiando su ropaje como un camaleón pero manteniéndose fiel a la voluntad de sus protagonistas.

Esa fidelidad se vuelve en contra cuando la historia alcanza niveles de descontrol de los que le cuesta volver. Soren y Stoller creen tanto en el poder de lo que cuentan que por momentos se equiparan a esos chicos que ahora intentan mantener viva la risa. Esos chicos que, 25 años atrás, tranquilamente podrían haber sido ellos.