Las aventuras de Sammy

Crítica de Carlos Herrera - El rincón del cinéfilo

En sesenta días la cartelera cinematográfica infantil se ha visto profusamente poblada de estrenos.

La mayoría de los mismos tuvieron un directo mensaje ecologista que en ocasiones no pasó de ser un panfleto didáctico de cómo debe cuidarse el medio ambiente.

Casi todas las tramas se han desarrollado en el hemisferio norte donde el cuidado de la ecología no pareciera tener ni siquiera una mínima prioridad ante el avance económico.

La película que se comenta tampoco escapa a este bombardeo de “manual ecológico” del que se viene nutriendo la cinematografía destinada a los niños.

Y también, como casi todas las películas, inserta una subtrama dedicada a resaltar las bondades de la verdadera amistad.

Afortunadamente, el pequeño espectador encuentra, en esta oportunidad, una diferencia.

Sammy es un ejemplar de tortuga verde de mar que nace con más lentitud que la habitual en su especie lo que no le permite, en el momento de su nacimiento, estar entre “los ganadores de la vida”.

Sobrevive porque lo ayuda Shelly, una tortuguita dulce y solidaria, pero ella será arrastrada naturalmente hacia la protección que le dan las aguas de mar, y Sammy con un golpe de suerte caerá sobre las olas, se salvará pero no encontrará a la bella que ya ha conquistado su corazón.

De ahí en más se dedicará a buscarla pacientemente, tiene mucho tiempo por delante como casi todas las tortugas que no son devoradas por las aves marinas cuando salen del nido.

Sammy navegará sobre los desechos de una balsa que es empujada por la Corriente del Golfo de México y con él viaja su amigo, la tortuga Ray, alegre, festivo y leal amigo, con quien deberá huir ante los peligros que traerá aparejado un derrame de petróleo en el Mar Caribe y tratar de no caer en las redes rasantes de los pescadores. Precisamente cuando tratan de no ser capturados y convertidos en sopa, las circunstancias los separan, pero Sammy se reencontrará con la cautivante Shelly y juntos buscarán el pasaje secreto, que no tiene nada de secreto porque se trata del Canal de Panamá, que permitirá a las dos tortugas pasar al Océano Pacífico y seguir con las aventuras de sus juveniles cincuenta años.

Juntos viajarán por casi todo el mundo y hasta llegarán a congelarse en la Antártida mientras observan como un gomón del barco de una entidad ecologista se interpone entre un buque pesquero y una ballena.

Hay un ligero mensaje subliminal en una nostálgica referencia a la cultura hippie que entre sus enunciados tenía la protección y el derecho a la supervivencia de todos los seres vivos.

Se trata de un filme ameno, lleno de situaciones humorísticas, con dibujos animados con mucho colorido que hacen las delicias de los niños.

Fue realizado en Sistema 3D, una tecnología que puede tener riesgos de bloqueo de ordenador computado durante la proyección

Los niños de todas las edades la disfrutan, aunque la comprensión total de la historia es para niños a partir de los 7 años, cuando ya tienen algo de información sobre las corrientes marinas, los animales empetrolados, las organizaciones que protegen la ecología y la natural situación de que el pez grande se come al chico.