Las aventuras de Peabody y Sherman

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¿Cómo se puede hacer aún más entrañable la historia del pequeño perro que adopta a un niño? Así habrán pensado las mentes que decidieron que la clásica serie de TV llegue a la pantalla grande, y con agregado de 3D, en “Peabody y Sherman”(USA, 2014), dirigida por el experto en la materia Rob Minkoff (“El Rey León”, “Stuart Little”).
Acá ya sabemos que va a haber un perro con una capacidad intelectual superior, y no sólo, obviamente, para su especie, sino sobre los hombres, que un día encuentra un pequeño abandonado (Sherman) y decide iniciar el proceso de adopción.
¿Por qué si los humanos adoptan perros un perro no puede hacer lo mismo?” se pregunta el juez encargado de definir el caso de Peabody, y tras una respuesta satisfactoria se pone a diseñar la mejor estrategia educativa para su hijo. Pero Peabody es frío y distante, los libros y las computadoras lo han convertido en un ser hiper racional, que deja ante cualquier situación los sentimientos de lado.
Y todos bien sabemos que en la crianza de un hijo/a es uno de los componentes esenciales. Tiene que haber mucho cariño y amor hacia ellos. Sherman acepta las condiciones de vida y enseñanza de su padre y a diferencia de éste tiene algunos problemas, ya no de aprendizaje, sino de asimilación de conocimientos y rapidez de aplicación de conceptos (nunca entiende una broma nerd de Peabody, por ejemplo). Será por esto que el padre diseñó una extravagante máquina para viajar en el tiempo y así contarle en vivo y en directo la historia a su hijo.
De esta manera Sherman posee un sinfín de datos y registros históricos que de otra manera quizás no hubiese podido saber. Todo parece ideal, pero tras un pequeño incidente con una compañera de escuela llamada Penny, la custodia de Peabody sobre Sherman es puesta en duda por la temible y burocrática señora Gruñona (quien tiene el convencimiento que el perro es una mala influencia sobre el niño), quien decide organizar una cena con los padres de la joven para suavizar la situación.Pero Sherman complica todo cuando, tras un millón de intentos fallidos de “conectarse” con Penny, la invita a viajar en el tiempo.
Y ahí comienza la aventura, porque Penny se pierde en el tiempo. Una verdadera enciclopedia visual ante nuestros ojos, es lo que atravesaremos y viviremos. Eras y épocas pasarán de la mano del perro más inteligente del mundo y su pequeño hijo. La revolución Francesa, el antiguo Egipto, el Renacimiento italiano, tan sólo algunos de los muchos momentos claves de la humanidad a los que asistiremos gracias a estos anfitriones.
Hay tres mensajes claros en la película que fueron trabajados con gran tino por el director. Por un lado tenemos el elogio al conocimiento (¡vivan los nerds!), principalmente para aquellos seres que con su inteligencia pueden atravesar situaciones y construir su historia de la mejor manera. Por otro tenemos un trabajo fino sobre la incorporación del distinto (dejando claro que, por ejemplo, con el bullying no se llega a ningún lado y que el otro también me define).
Y por último hay una reivindicación de algunos miedos, claros y específicos, que surgen a la hora de criar un hijo. La identificación con alguno de estos temas hacen que la empatía con la película sea inmediata. “Peabody y Sherman” resulta una entretenida aventura de viajeros en el tiempo con algunas escenas entrañables (atentos al racconto de la infancia de Sherman musicalizado con “Beautiful Boy” de Lennon) y las ganas de traer personajes que siempre se mantuvieron en el imaginario popular de los clásicos dibujos animados.