Las aventuras de Peabody y Sherman

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Mi perro dinamita

La última creación animada de DreamWorks muestra todo lo bueno que puede hacerse con algo de imaginación y recursos para resolver escenas. Peabody es un perro genio, tan inteligente que creó una máquina del tiempo y convenció a un juez en minoridad para adoptar a un niño llamado Sherman. Es un perro notable y como tal, vive en el penthouse más encumbrado de Manhattan. Es, desde luego, un disparate, pero el ingenio con que se elaboró la historia, basada en un cómic de los años cincuenta, la vuelve disfrutable de principio a fin.
Luego de un conflicto con Penny, su compañera de clases, la adopción perruna de Sherman queda en tela de juicio. Para llegar a un acuerdo, Peabody invita a Penny y sus padres a una cena en el penthouse cuando Sherman, buscando seducir a la chica, entra en la máquina del tiempo y arriba al Antiguo Egipto. El trío conoce al pequeño Tutankamon, huye de una boda sacrificial entre el faraón y Penny y recala en el Renacimiento para cargar combustible en el instante en que Leonardo busca retratar la sonrisa de Mona Lisa (y Peabody, claro, ayuda al genio florentino). Con un final desopilante, donde una paradoja temporal trae a los grandes personajes históricos al presente, Las aventuras de Peabody y Sherman se consolida como un éxito indiscutible de DreamWorks.