Las acacias

Crítica de Gastón Molayoli - Metrópolis

Se podría decir que la historia es simple: Rubén, un camionero con treinta años de experiencia, tiene que llevar desde Asunción hasta Buenos Aires, por pedido de su jefe, a Jacinta, una mujer paraguaya y a su pequeña hija, Anahí. Como cualquier road movie (película de viaje), la mayor parte del tiempo los personajes están viajando. Pero esta no es cualquier road movie. Las Acacias no es tan simple como lo indicaría una breve síntesis de su argumento.

En tiempos del 3D, la película de Pablo Giorgelli entiende que el volumen pasa más por descubrir la textura y la profundidad de los personajes que por un despliegue embrutecedor de efectos especiales. Las Acacias es un verdadero desafío para el ojo adormecido por la sobrecarga visual y sonora que propone el cine de estos tiempos. A los que crean que es otra de esas películas en las que “no pasa nada” se los invita a sumergirse un poco más, a mirar más detenidamente la enorme potencia que tienen los pequeños gestos. Porque si de algo se trata esta película es de todas aquellas cosas que suceden cuando uno no está mirando o hablando. La ópera prima de Giorgelli se asienta en sus silencios más que en sus diálogos, a pesar de que estos, cuando aparecen, son contundentes y enriquecen el camino transitado.

El universo de esta historia, que poco a poco se revela como un posible romance, se despliega dentro de la cabina de un camión. El contraste que se genera entre el espacio reducido y la lejanía con la que Rubén mira a Jacinta no es otra cosa que la puesta en marcha de una tensión sutil, en un relato mínimo pero gigante a la vez.

Las Acacias transita con ritmo cansino pero seguro por las rutas de un cine que conmueve con pocos recursos y que nos deja pidiendo más.