Ladrona de identidades

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Cómo malgastar una buena idea

La nueva comedia americana, con altas dosis de incorrección política, sucesión de momentos escatológicos e inolvidables, el cuerpo como campo de batalla donde se sufre el fracaso y un humanismo naif pero curiosamente contundente, desde hace un tiempo a esta parte viene sufriendo un desdibujamiento a partir de que sus elementos fundantes se trasvasaron en pequeñas dosis a todo el género, dando como resultados películas carentes de alma, calculadoras, que no logran la cohesión deseada.

Este es el caso de Ladrona de identidades, dirigida Seth Gordon –responsable de la más que interesante Quiero matar a mi jefe–, que ubica a un hombre común, Sandy Bigelow, frente a su derrumbe financiero-social a partir de que alguien le roba su identidad y alegremente gasta a su nombre y hasta pone en riesgo su empleo.
La responsable de la catástrofe es Diana (la extraordinaria Melissa McCarthy), que estafa, duplica tarjetas de crédito, consume a lo grande y tiene una vida intensa aunque bastante vacía. Y hacia ella va el hombre bueno, trabajador y un poco bobalicón, atravesando estados, enfrentándose a mundos que desconoce, dispuesto a desenmascararla y a lograr que le devuelva su ordenada vida.
Lo cierto es que lo que arranca como una buena y feroz idea –el burgués asustado de siempre vs. la libertaria lumpen–, que podría haber ido a fondo y plantear ese choque entre dos maneras de ver el mundo, con el correr de los minutos se va transformando en un relato lacrimógeno sobre la falta de oportunidades, con dos personajes obligados a convivir por unos días y que como el manual del buen guión de Hollywood dicta, se terminan encariñando y, desde allí, encaran juntos un nuevo comienzo.
Pero más allá de las convenciones de la historia, el error más grande de Ladrona de identidades es que desperdicia de manera inexplicable el timming para la comedia que siempre aporta Bateman y sobre todo, la impronta desquiciada de McCarthy (cómo olvidar a la histriónica Megan que compuso para Damas en guerra). Y eso es imperdonable. «