La viuda

Crítica de Jorge Luis Fernández - La Agenda

Acoso fatal

En La viuda, el regreso de Neil Jordan, Isabelle Huppert encarna a una acosadora sobrenatural, en un thriller con toques paródicos que no da descanso.

No hay nada trascendente en La viuda y en consecuencia no hay un tomatómetro favorable en Rotten Tomatoes, esa tan influyente guía de reseñas. No hay nada nuevo, es un film de género, un thriller. Y sin embargo, atrapa. Quizá, porque uno no advierte el peligro latente hasta pasada la primera hora. Las imágenes iniciales son una postal de la vida cotidiana en la Gran Manzana. Frances McCullen (Chloe Grace Moretz) es una chica de veintipocos años que regresa a su casa tras una jornada laboral en un bistró de Manhattan. Antes de bajar del subte encuentra una cartera abandonada en un asiento, la toma y la lleva al departamento que comparte con su roommate, Erica (Maika Monroe, de It Follows). Luego de un inevitable chequeo del contenido, y frente a los reparos de Erica, Frances, habiendo encontrado el ID, decide devolver la cartera a su dueña. Ella es Greta. Se trata de una francesa esmirriada, algo nerviosa, que vive al fondo de un improbable callejón de la ciudad. Del amplio y luminoso departamento de Frances y Erica a la lúgubre y abarrotada casa de Greta hay un brutal cambio. La temeridad de Frances se siente un poco como el itinerario de Gretel a la casa embrujada. Y aun así, la sensación de inseguridad tarda en llegar.

En esa primera visita de Frances a Greta se establece una conexión. Frances acaba de llegar a Nueva York desde Boston, y se muestra tan descolocada como si proviniera de Alabama. Pese a su amistad con Erica, se siente sola en la gran ciudad y aparte duela la reciente muerte de su madre. Por su lado, Greta es viuda y su hija la abandonó para irse a vivir a París. Mientras charlan animadamente de sus coincidentes desgracias, se oyen ruidos en la pared y Greta se levanta para ir a gritar a los vecinos. “Ni que estuvieran construyendo un arca”, bromea luego, cuando regresa a sentarse junto a Frances. De buenas a primeras, entre ambas hay un vínculo de hija y madre sustitutas. Greta le pide su teléfono y le ruega que no la olvide. Frances le responde que suele quedar pegada a la gente, que su madre le decía que era como un chicle. Inevitablemente, a la mañana siguiente la despierta un mensaje de Greta. Al que seguirán otros. Y otros. Pero, ¿cómo podría una viudita generar algún peligro? A menos que la viudita sea, ni más ni menos, Isabelle Huppert.

Llena de matices, cuando quiere, Huppert puede ser más peligrosa que Glenn Close en Atracción fatal. Lo demostró en Elle (2016), el último film de Paul Verhoeven. Y tiempo atrás, en 2001, en La profesora de piano, de Michael Haneke. Claro que en esas dos oportunidades estuvo dirigida por dos maestros del shock. La amenaza de Huppert en La viuda tiene una vuelta de tuerca. Para su nueva película en siete años, Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Byzantium, Entrevista con un vampiro) imaginó a una clásica stalker con giros paródicos, una especie de caricatura del monstruo que se para en esa delgada línea que divide al thriller del horror, pero que no deja de ser una criatura amenazante. La actuación de Huppert deja espacio para el espanto como para la risa. Y es de imaginar que la actriz francesa se divirtió bastante durante el rodaje. El personaje de Moretz también es una parodia. Representa la inocencia americana –el dato de su procedencia bostoniana parece no ser relevante para el irlandés Jordan–, un tanto estereotipada, si bien es lo suficientemente sagaz como para deducir que Greta es una embaucadora en el momento en que descubre una decena de bolsos-anzuelos ocultos en un armario, destinados a ser extraviados en el subte para almas bien pensantes, como la suya.

Y es que todo venía súper bien hasta el azaroso descubrimiento. Erica se sorprende de que Frances prefiera pasar un sábado a la noche en casa de Greta, en vez de salir juntas a recorrer los bares de Manhattan. Es palpable que la chica descubre un remedio para su soledad, que no la llena su amistad con Erica ni, mucho menos, su trabajo de camarera en un rutilante bistró. Sin ahondar en el perfil psicológico de Frances –hay algunas referencias a un padre workaholic y semi ausente–, Jordan logra fundir como verosímiles las carencias del personaje. La noche en que ella descubre la farsa, su rostro se descompone y apenas puede sostener la compostura durante la cena que preparó Greta. Esa traición es como el tobogán que desciende del sentimentalismo de una comedia dramática al espanto del thriller. De pronto, Greta es Norman Bates.

Hay varias escenas de calibrada tensión, y esta es una de ellas. La mezcla de decepción y miedo por su integridad es tan grande que Frances ni siquiera intenta articular una buena excusa para huir de la casa. Lo único importante es escapar. “¿Qué te pasa?”, pregunta Greta. Frances va atolondrada hacia la puerta y está cerrada. “¿Me das la llave?”, pide ya con sus grandes ojos abiertos, casi entregada. “Agarrala. Está en el jarrón”, dice Greta con una sonrisa en la comisura de los labios. Y ahí está. Frances trata de componerse, abre la puerta nerviosa, y una vez en el callejón, corre. La siguiente escena será en el departamento con Erica, reflexionando más tranquilas sobre esta viuda alocada. Al menos, la víctima ha superado el primer nivel en este coto de caza.

Jordan pinta a Greta como un ser sobrenatural, capaz de apariciones espontáneas en los lugares menos pensados de la Gran Manzana. A veces recuerda al psycho killer de Vestida para matar, de Brian De Palma; en otras a Droopy, el personaje animado de Tex Avery. Por momentos, está al borde del ridículo. Hay una escena en donde, mientras atiende a una pareja en el bistró, Frances descubre a través de la ventana la figura fantasmal de Greta, mirándola intensamente al otro lado de la calle. Es una imagen repetida en el cine de horror, pero en este caso no pierde impacto. El tema es que Jordan deja parada a Greta como una estatua a lo largo de las horas, y lo que provocaba al inicio escalofríos pasa a ser una broma sobre la resiliencia de su acosadora.

La escena más lograda, la que de algún modo resume el espíritu del film, es una larga persecución que se inicia en una disco y termina en el subway de Manhattan. Hay algo de la sucesión interminable de eventos que sufre el personaje de Bruno Ganz en El amigo americano, de Wim Wenders, aunque es improbable que haya aquí un homenaje. Erica está en una disco mensajeando a Frances para que deje el departamento y salga a divertirse con ella, cuando en la comunicación interfiere Greta, enviándole a Frances fotos de Erica in situ. Frances se lo comunica a su amiga y le dice que huya inmediatamente. Erica le hace caso, pero todos los lugares que recorre son sucesivamente fotografiados y enviados al teléfono de Frances. Greta es un animal suelto, y a la caza. Parece un Terminator invencible.

Es cierto que está todo visto, que no hay nada nuevo, pero Jordan –con la inestimable actuación de Huppert– altera el habitual orden de los factores para que La viuda sea un film atractivo en lo narrativo y lo visual. Esperar que un film de género sea sólo genial no parece justo; sí que sea inteligente. Este es uno de esos casos.