La vitalidad de los afectos

Crítica de Iván Steinhardt - A Sala Llena

El escritor Gunther Strobbe (Valentijn Dhaenens) está intentando que alguien le publique su libro. Hace tiempo que le pasa esto y a lo mejor también quiere atención o la reivindicación de su sueño. Por eso se pone a contarnos una historia. Su historia, la cual es a la vez la médula en la que se basa la de cada uno de nosotros: la familia.

En lugar de volverse pretencioso y querer pintar el mundo, el director Felix Van Groeningen se vuelve minimalista y retrata la historia de los Strobbe para eventualmente llegar a la aldea. Del escritor adulto que comienza a narrar, volvemos varios años atrás hasta sus conflictivos 13 años (interpretado por Kenneth Vanbaeden) en el pueblito de Reetveerdegem en Bélgica.

Gunther va presentándonos uno a uno a los integrantes de su familia. Sus tíos “Gasolina”, “Fortachón” y Kurt son ideales para el dicho “Dios los cría”. Su padre “Celle” (Koen de Graeve) no les va en saga en esto de cantar, tomar cerveza (o lo que llene el vaso) y holgazanear. Finalmente conocemos a la abuela Meetje (Gilda de Bal) o sea la madre de estos cuatro hermanos y la única que parece tener los patitos en fila en una familia de propensos a la violencia pero con fortísimos valores por los lazos familiares. Una ruda forma de quererse si me permite.

Lo que convierte a La Vitalidad de los Afectos en una caótica y pintoresca comedia de la vida es el hecho de que todos ellos viven juntos en una casa muy chica.

Van Groeningen se mete en la intimidad más visceral de esta familia. Sin ser subjetiva, la cámara se posa varias veces a la altura del resto. Por ejemplo cuando están sentados a la mesa, como si quisiera al espectador como uno mas compartiendo ese momento. En este aspecto, es válido citar a los personajes que pinta Kusturica en sus películas: Son grotescos, si. Y también queribles.

Las situaciones de confiscación de muebles, la escuela de Gunther o un concurso para ver quién toma mas cerveza, colaboran con la construcción del estado de desidia de esta familia y la consiguiente preocupación de cómo Gunther pudo sobrevivir a eso.

Quizás el mejor acierto del guionista Christophe Dirickx (junto con el propio director) sea el de evitar la tamización de los personajes para no caer en una moralina barata. Por el contrario, todos esos excesos naturalmente incorporados en la idiosincrasia familiar ayudan a subrayar un sentimiento que subyace en el subtexto del film: el amor incondicional a las raíces.

La relación padre – hijo se vuelve asfixiante para Gunther y a la vez será ese el catalizador para tomar decisiones que necesariamente cambiarán su vida. Sobre todo a partir de la visita de la tía Rosie (Natalie Broods).

Desde el comienzo sabemos que nos están contando una anécdota funcional a entender tanto a Gunther como al resto. Lo agradable de La Vitalidad de los Afectos, es poder descubrir un humor que nace desde un lugar muy explorado, lleno de dolor y frustración por el supuesto destino que nos toca, momento en el cual las películas chicas como esta se vuelven grandes.