La visita

Crítica de Juan Ventura - Proyector Fantasma

Lo no dicho

El cine es inseparable de lo social. Todo momento histórico determina para cada sociedad un universo de temas pensables y asociaciones posibles de la que nos es imposible escapar. Esas significaciones son producto de experiencias sociohistóricas precisas y de luchas político-culturales que habilitan el debate público de algunos temas (y no de otros). En otras palabras, somos producto de nuestra historia: hace 150 años era una utopía discutir sobre los derechos de –por ejemplo- los homosexuales. En cambio hoy, es un tema ampliamente instalado en sociedades como la nuestra.

En este marco, cada vez son más las películas que abordan temáticas vinculadas con los colectivos LGBTIQ. Sin ir más lejos, dos de ellas (muy recomendables, por cierto) compitieron en el rubro a mejor película en los Oscar 2016 –Carol (2015) y The Danish Girl (2015)-. En los últimos años, la producción de películas de esta índole coincidió con la sanción de diversas legislaciones en materia de género en distintas partes del mundo –sobre todo en Latinoamérica-, lo cual da cuenta de un progresivo (aunque lento) reconocimiento social a los derechos de estos grupos. Obviamente, la situación dista de ser la ideal y los prejuicios y la discriminación aún subsisten en muchos sectores.

La Visita -ópera prima de Mauricio López Fernández– aborda la problemática de la aceptación social de las personas trans en un contexto tensionado por la persistencia de un fuerte conservadurismo cultural. Aún con errores y algunos desniveles, la película aporta sensibilidad en un tema muchas veces invisibilizado en el cine.

La historia se centra en Elena (Daniela Vega), una chica transexual que después de mucho tiempo regresa al hogar en el que se crió para asistir al funeral de su padre. Su llegada genera un gran impacto, pues al momento de partir todos recordaban a Felipe, y no a Elena. La tensa relación con su madre –la Coya Ramírez- y los signos de un pasado marcado por un vínculo complicado con su padre militar son los núcleos dramáticos principales que desanda el film.

La casa de una acaudalada familia aristocrática chilena (lugar en el que la madre de Elena trabaja como empleada cama adentro) es el escenario en el que se desarrolla la trama. Allí, atravesada por los prejuicios ajenos, la protagonista enfrenta una violencia simbólica que la niega y la excluye a cada instante. En un contexto hostil, la aceptación, el reconocimiento y la afirmación de su subjetividad frente a los demás –todos ellos elementos esenciales del ser humano- serán la brújula que guiará la búsqueda de Elena.

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Fernández trabaja poniendo el énfasis en el juego de miradas, en las que suprimen y estigmatizan y en la propia percepción de Elena sobre su cuerpo (el recurso de los espejos es, en ese sentido, demasiado obvio y reiterativo). El manejo de las tensiones entre quienes cohabitan bajo esas cuatro paredes es uno de los mayores aciertos del director, que logra climas opresivos y verdaderamente angustiantes. La casi ausencia de diálogos en el guión, por otro lado, no funciona tan bien, ya que aletarga el ritmo narrativo y prolonga situaciones que quizás podrían haber sido resueltas con mayor solvencia.

Más allá de todo esto, La Visita detenta una sencillez y una sensibilidad que la hace atractiva a quienes no estén buscando relatos estructurados y convencionales. En definitiva, se trata de una correcta historia sobre la reconciliación familiar y la búsqueda (y afirmación) de la propia identidad, una identidad que- por otra parte- ya era hora que tuviera su lugar en el cine.