La vieja de atrás

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Creatividad se busca

Me pregunto cada vez con mayor frecuencia ¿en que se basa la creatividad de los realizadores nacionales? ¿cuáles son los criterios de elección de guiones para producir, financiar, subvencionar? ¿no se tienen en cuenta renovados impulsos estéticos, o al menos un estilo visual refrescante, renovador?

Han pasado diez años, de la llamada nueva ola de cine argentino. Esta ola de realizadores jóvenes en su mayoría provenientes de la Universidad del Cine, se propuso “renovar” la manera de visualizar la sociedad nacional. Se trataba de una mirada más cruda y realista, acorde a los tiempos que corrían. La crisis del año 2001, fue una fuente de inspiración, una motivación para la nueva generación de cineastas saliera a la calle a filmar con lo que tenía a mano, con actores no profesionales, con escenarios reales y una mínima puesta en escena.

Durante un lapso de tiempo este “neorrealismo” argentino influenciado por el cine nacional de finales de los ’50 y principios de los ’60… fue interesante. Los trabajos de Daniel Burman, Adrián Caetano, Pablo Trapero y especialmente Lucrecia Martel llamaron la atención no solo en territorio autóctono sino también en el extranjero.

Tras varios años de somnolencia, el cine argentino volvía a decir presente. Y no solo triunfaba afuera en festivales, sino que también adentro podíamos disfrutar de cine genérico pero con fuerte impronta nacional, y sobretodo, creíble, verosímil, palpable.

De ahí, el éxito de Nueve Reinas y el legado Bielinsky. Ahora bien, los artistas del neorrealismo como De Sica o Rosselini supieron como renovar su estilo con el correr de los años, adaptarse y dejar atrás el estilo cuando se hizo cansador.

Entonces, yo me pregunto, cuál es la necesidad de una película como La Vieja de Atrás, que parece retrasar varios años.

Estamos ante una obra inerte y fría, que se fortalece en una observación seudo realista de la vida cotidiana en pleno centro porteño, tomando como ojos de esta “realidad” a dos personajes típicos de vida social contemporánea: una pensionada quejosa (una versión “seria” de Mamá Cora con un trabajo monumental de Adriana Aizemberg), solitaria, cuyas buenas intenciones van de la mano del interés de encontrar alguien que la escuche, y apoye en las decisiones cotidianas mínimas que debe tomar, y la de un estudiante de medicina un poco vago, cobarde proveniente del interior del país que se banca sus estudios y departamento siendo volantero y trabajando en un locutorio (Martín Pirayonsky). Pronto Rosa y Marcelo, vecinos, terminarán conviviendo en un mismo departamento cuando a Marcelo lo echen del locutorio, y sin plata para seguir pagando el alquiler es tentado por Rosa para que vivan juntos. Él no tiene que pagar un centavo. Solo prestar su oreja y atención.

Pablo Meza (Bs As 100 Km) retrata con bastante verosimilitud el mundo cruel porteño, desagradable, repulsivo y expulsivo, deprimente, en donde se mueven Rosa y Marcelo. También es un acierto que ninguno de los dos personajes sea del todo agradable. Entre el perfil discriminativo y petulante de Rosa, y la estupidez de Marcelo no se hace una. Tanto las interpretaciones de Aizemberg como de Pirayonsky, ayudan a aumentar la verosimilitud de los personajes. El problema de la película está básicamente en el desarrollo de la historia y la puesta en escena. Además hay una notable falta de equilibrio en la participación de los personajes: Marcelo tiene cierta profundidad dramática, tiene al menos un conflicto notable que lo acompaña durante toda la película, incluso en algunas subtramas como una insulsa historia de amor (desaprovechada Marina Glezer), mientras que Rosa empieza teniendo protagonismo, pero pronto queda olvidada, y no hay mayor profundidad en ella. Es un personaje superficial, banal y obvio. Aizemberg le aporta un trabajo físico increíble, y por eso el personaje se destaca más que nada, pero hay más de la actriz que de lo que el guión propone sobre la misma.

Sabemos muy bien que de buenas intenciones no se puede hacer una buena película, y aunque un buen elenco la puede hacer más digerible, como este caso, eso no garantiza un material final satisfactorio.

En primer lugar, la monotonía de la acción contagia al espectador, principalmente por la previsibilidad de la puesta de cámara. Los planos simétricos, rígidos, ya no son dignos de admiración en ciertos caso. Y la fotografía no ayuda a lograr el clima perfecto en este sentido. La creación plástica de los encuadres es vaga y simplona. A través de la puesta en escena, uno va decodificando cuál va a ser el final de la obra. Con cierta melancolía irónica que nunca toma protagonismo, uno se va preguntando ¿adonde va la película? Pero se trata de una retórica: todos sabemos que en el tono seco que venimos viendo, vamos a terminar con el final abierto, ambiguo e inmutable que nos tiene acostumbrado hace tiempo el cine nacional.

Otra vez, el tema de las sorpresas va acompañado de la falta de originalidad en los guiones. Los pocos méritos narrativos de la película desaparecen ante la evolución del patetismo de los personajes y el poco ingenio de una puesta en escena muy básica, peor que sí la hubiese hecho un estudiante de primer año de la carrera de cine. Hay errores básicos y una alarmante falta de interés por parte de su realizador por querer sacarse de encima el material.

110 minutos, es demasiado tiempo para sostener una acción basada en planos contraplanos. La cámara nunca se mueve del lugar, no toma un punto de vista y la narración cae en algunos lugares comunes.

Si bien no se trata, a mi criterio, de un film fallido, es cierto que deja una sensación de desazón y depresión. Aquel que vive en el centro porteño, sabe lo que es ser expulsado por la ciudad, y de eso trata la obra. Ser expulsado. No pertenecer más. Aunque la sensación final es que a menos que cambien las políticas a la hora de elegir proyectos, los cinéfilos y realizadores, nos veremos obligados a autoexpulsarnos, no pertenecer, dejar el monopolio incaico y registrarnos en los circuitos alternativos y under, que filman con poco presupuesto, pero con muchas ideas. En cambio, si uno sabe lo que cuesta escribir, filmar y post producir una obra, uno se pregunta: ¿tanto esfuerzo y años de trabajo para un guión tan mediocre y visto, que solo va a ser exhibido en el Cine Gaumont un par de semanas ante jubilados que no difieren demasiado en carácter a la protagonista?

Como dice David Lynch… atrapar una idea original es como atrapar un pez dorado, es muy inusual que suceda. A Pablo Meza, parece que el anzuelo se le quedó atrapado en el año 2001.