La vida de Anna

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Es una rara avis encontrar en la cartela porteña una película proveniente de Georgia como es el caso de “LA VIDA DE ANNA” con lo cual, su estreno es una curiosidad para cinéfilos y para el público que gusta del llamado cine arte, con producciones más alternativas que las que se exhiben dentro del circuito puramente comercial.
Nino Basilia debuta en el largometraje de ficción con la historia de Anna, una madre soltera con un hijo autista que debe tener varios trabajos como para poder subsistir (no solamente trabaja en una fábrica sino que además debe limpiar casas como para poder sostenerse económicamente ante un padre ausente), mantener su pequeño departamento y poder pagar la internación de su hijo.
A esto se suma su abuela que parece estar progresivamente perdiendo la cabeza y que, de una manera u otra, también queda a cargo de Anna.
La situación social y económica, claramente opresiva, hace que Anna vea como una única solución posible, el tratar de emigrar a los Estados Unidos buscando un horizonte diferente en donde poder reiniciar su vida.
Cuando en la Embajada, le denieguen la VISA para que pueda viajar dado que sus ingresos comprobables no son los suficientes para que acepten su solicitud, comenzará un espiral vertiginoso, perdiendo sobre por completo el eje de su presente. Todo lo que suceda a partir de ese momento, ese punto de inflexión, se irá enrareciendo cada vez más.
No solamente porque Anna no piensa cambiar de idea y seguirá tomando decisiones equivocadamente -en una notable sucesión de desaciertos-, sino que seguirá obstinadamente urdiendo ese plan a cualquier precio. Tal es su obsesión por emigrar a los Estados Unidos como única salida a su problema, que no medirá riesgos y se involucrará en una forma particularmente ilegal para conseguir la aprobación del trámite.
Una película que habla de la desolación de una cierta clase social para salir adelante en un contexto completamente desfavorable, expulsivo y asfixiante. Anna, de todos modos, empeora más aún una situación tomando ciertas decisiones (que por momentos pueden parecer algo incomprensibles) que la ponen en una zona de peligro y de vulnerabilidad cada vez más desesperante.
Y allí es cuando crece la propuesta de Basilia al construir un clima de tensión sostenido con el que se transmite esa sensación de peligro en forma permanente, como si se preanunciara una tragedia en cada escena.
Ekaterine Demetradze como Anna, es un personaje que está permanentemente presente y no se escapa al ojo de la cámara. Ella lo nutre de esa desesperación, ese tono crispado y exasperante que transmite a puro nervio, sobre todo en las situaciones de máxima tensión entre los personajes, aunque a veces se abuse de ese registro que termina pareciendo un estado natural de la protagonista.
Nutriéndose de ese cine que supieron construir como un estilo “novedoso” tanto Ken Loach como los Hermanos Dardenne (novedoso entre comillas porque sabemos que ese movimiento surgido a fines de los noventa abreva directamente del neorrealismo italiano, por citar algún referente) o de las primeras películas de Trapero o Caetano en cuanto a cine nacional; Basilia se juega por un cine social, comprometido, en donde pone la cámara como mero testigo de una realidad insoslayable.
El guion acumula situaciones dramáticas, una tras otra, recayendo todas abundantemente sobre el mismo personaje central. De esta forma, no da el mínimo respiro y se crea una situación de saturación que no beneficia al relato. Anna toma algunas decisiones tan poco comprensibles que se hace casi imposible empatizar con el personaje (quizás sea justamente la decisión del director de crear ese “rechazo” por parte del espectador).
Asimismo, algunas subtramas que tienen una importancia central en la historia, como el vínculo con su hijo autista (una desacertada elección de casting) o sus vínculos amorosos, quedan tratados con cierta superficialidad, con una rara liviandad en donde parece que el guionista hubiese querido desembarazarse del desarrollo y dejarlos librados al azar.
Así y todo “LA VIDA DE ANNA” pinta fielmente el retrato de una época sin horizontes, de completa desesperanza, desasosiego y soledad, y lo hace con herramientas nobles y con un tono honesto y comprometido.