La vida anterior

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Con gravedad manifiesta

En la edad en que las personas ya definieron su rumbo, Ana (Elena Roger) sigue soñando con convertirse en una cantante lírica y para eso trabaja con Mara, su maestra de canto (Adriana Aizenberg). Pero un día, Mara le dice que si bien tiene condiciones, la suya es una voz menor y nunca va a ser protagonista.

Esa debilidad de su instrumento, de su herramienta de expresión, que aparentemente tiene que ver con su propia existencia casi anónima, en el relato se verá que esconde una fortaleza interior desconocida hasta para la propia Ana.
La opera prima de Ariel Broitman tiene como telón de fondo el mundillo de la música lírica para contar un triángulo amoroso entre Ana, su esposo Federico (Surraco) cellista de profesión aunque apasionado por la pintura, y Ursula (Esmeralda Mitre), dueña de una magnífica voz y destinada a lograr lo que se proponga como cantante de ópera.
La película, de una gravedad manifiesta, tiene la virtud de explorar un mundo desconocido para la mayoría de la gente, pero en su ambición intenta que la música paute las emociones de los personajes y viceversa, es decir, para cada muestra de la pasión de sus criaturas, el director tiene una melodía, un punteo de sonido agobiante y sobrecargado.
Otro tanto pasa con las líneas que cargan, porque ése es el término, como un peso del que se deshacen casi con alivio, que sumado al transitadísimo apotegma "primero hay que saber sufrir", como para que el arte entre y salga con forma de canto magnífico y por supuesto desgarrado, hacen de La vida anterior un cúmulo de clisés más allá de las buenas interpretaciones de Roger, Aizemberg y Camero, un actor casi olvidado cuya breve intervención ofrece más verdad y verosimilitud que toda la película.