La utilidad de un revistero

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

La utilidad de un solo plano

En El crítico (2013), el tedioso cahier Víctor Tellez se lamenta en francés acerca del “maladie du cinéma”, que viene a ser algo así como la pérdida de la capacidad del asombro ante la saturación de cine. Es muy real y es muy fácil caer en el cinismo. Hoy en día se podría hablar de un “maladie du festival”, que es lo que nos hace hacer un gesto de desprecio cuando oímos que una película sostiene un plano fijo e ininterrumpido de 115 minutos sobre sus dos actrices. ¿Qué se cree el director? Andy Warhol ya filmó a un tipo durmiendo 5 horas y media en Sleep (1963).

Es un grato placer descubrir que La utilidad de un revistero (título tan poco atractivo como enigmático si los hay) es en realidad una obra de teatro, meticulosamente filtrada por el ojo de la cámara de cine y con un hábil montaje interno. El sonidista devenido escritor-director Adriano Salgado se vale de muy pocos recursos para componer una atractiva puesta en escena en tiempo real, desde el desplazamiento de objetos en primer y segundo plano hasta pequeñas puestas en escena dentro del mismo plano.

La trama involucra a Ana (María Ucedo), que está buscando asistencia para realizar la escenografía de una obra de teatro, y a Miranda (Yanina Grunden), la chica que llega a su casa una tarde lluviosa para una entrevista de trabajo. Ana le muestra la maqueta para la obra – una horrenda reinterpretación moderna de Caperucita Roja que sustituye al lobo por un puntero de paco – y luego Miranda le muestra una “trilogía” de dibujos, explicándole por qué están conectados de la forma más absurda. Ambas son artistas, ambas son mediocres, ambas tienen un pésimo gusto – y ambas comienzan una velada de competitividad pasiva-agresiva.

El énfasis cae mayormente en las excelentes interpretaciones de María Ucedo y Yanina Grunden, y en los geniales diálogos que comparten, que por encima suenan verosímiles y por debajo supuran burla, envidia, lástima, candor y otras vibraciones. Las actrices – ambas con trasfondos teatrales – maduran relaciones de poder en tiempo real que se prestan tanto al drama como a la comedia y jamás se sienten forzadas. Convierten el pequeño cuadro en un escenario que ignora los márgenes del plano o las artificiosas restricciones de la puesta en escena. Ana la harpía calculadora y Miranda la ninfa inocentemente ofensiva componen un dúo formidable mientras que el inescrutable ojo de la cámara capta e intensifica cada pequeño gesto.

A los postres, La utilidad de un revistero guarda un giro sorpresivo para el final que bien amerita volver a ver la película, aunque sea para corroborar nuestra lectura de la revelación. Se maneja bien hasta que una canción comienza a interpelar al espectador y literalmente nos canta todos los secretos de la historia que hemos venido descifrando. ¿Era necesario el recurso? Qué decepción que una película tan inteligente arranque con las cucharadas sobre el final (que encima se alarga un poco). Por lo demás, el film vale su peso en la ingeniosa puesta en escena, las actuaciones y el guión que las guía. Tiene lo mejor del teatro y el cine juntos.