La última noche de la humanidad

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

Medianoche en Moscú con extraterrestres energéticos

En La última noche de la humanidad, se conjugan elementos de unos cuantos films (y tendencias) de los últimos años. A saber, la principal idea argumental es muy parecida a La oscuridad (Vanishing on 7th street, 2011, o esa bosta que tenía como protagonista al insufrible Hayden Christensen), es decir, de repente en una noche, unos enemigos invisibles y letales exterminan a la mayoría de la gente y el mundo como lo conocíamos empieza a desaparecer. Además, el esquema mediante el cual se narran los hechos es muy parecido a las muy flojas Skyline e Invasión del mundo – Batalla Los Angeles, mediante un par de escenas más o menos impresionantes disfrazan una película pequeña de un grupo de sobrevivientes escapando por las ruinas de ciudades conocidas. Entonces, son films con aspiraciones de parecerse a los de Roland Emmerich, pero sin el presupuesto ni las ideas de este. Por último, otra particularidad comparable a un film de los últimos tiempos es la insistencia de Chris Gorak en mostrarnos Moscú, casi la misma que tuvo Woody Allen al mostrarnos París en su Medianoche en París. Salvando las distancias, algunos hermosos planos de la ciudad rusa parecen pensados por algún organismo de turismo. Obvio, Gorak no olvida subrayar a trazo grueso, la “ironía” de los carteles de McDonalds que invaden hoy la capital de la ex Unión Soviética.

Olvidándonos un poco de la comparación con la película de Woody Allen, pareciera que la conjunción de los elementos del resto de los films mencionados en el anterior párrafo, no podría dejar bien parada a La última noche de la humanidad, sin embargo, es un poco mejor que aquellas tres sobre todo, porque por momentos no se toma tan en serio y deja aparecer personajes inverosímiles, como los soldados excesivamente nacionalistas rusos o el electricista que inventa un arma que lanza microondas (¡!). Gorak se permite un poco de humor (no demasiado), y aunque el film no es lo suficientemente autoconsciente como para ser realmente bueno, se deja ver.

En principio el ritmo de la película es aceptable, una introducción que nos pone rápidamente en contexto. Luego empiezan las lagunas, demasiados midpoints en el guión que le quitan velocidad y energía. Y por supuesto, una gran cantidad de arbitrariedades y ridiculeces que son salvadas por la corta duración, con lo cual nunca se vuelve tedioso o demasiado aburrido.

De las actuaciones de personajes tan estereotipados, no vale demasiado comentarlo. Quizás la química entre los amigos protagonistas Sean (Emile Hirsh) y Ben (Max Minghella) sea los más interesante al principio, aunque luego se convierten en seres más bien convencionales. Además, sin ningún atenuante, cuando algún personaje se vuelve lo suficientemente insoportable muere, al estilo esquemático de los viejos slashers de los 80’s.

La última noche de la humanidad no es tan mala, peca de poco original y quizás sea un tanto fallida. A pesar de todo lo anterior, es pasable y olvidable pero no indignante. O por lo menos no hay que aguantar a Hayden Christensen, lo cual no es poco.