La última noche de la humanidad

Crítica de Mario Zabala - Clarín

Catástrofe en Moscú

Emile Hirsch protagoniza este filme sobre una invasión extraterrestre.

La última noche de la humanidad posee una trama genérica: cuatro americanos, dos chicas y dos chicos, en un bar cool en Moscú, asisten al aterrizaje de miles de medusas capaces, con el mero contacto, de reducir a cenizas a cualquiera. El resultado: la pandilla bolichera cruzándose con diferentes sobrevivientes y escapando de los invasores. Sí, suena a que aprovecharon el software “gente achicharrada en cenizas” que Spielberg usó en La guerra de los mundos . Y algo de eso, pero muchísimo menos Tom Cruise y más aventurero, hay.El Apocalipsis está en voga. Es sabido.La última noche de la humanidad toma la fórmula del género catástrofe y entra -un poco para poder guardarla en algún lugar y otro por marcha del orgullo de lo berreta- en el pedigrí de la clase B. Pero no de esa que autoconscientemente escribe la B con pilas de dólares y sonrisita canchera, sino de esa sincera clase B, que va usurpando el cuerpo del tanque de turno hasta mutar su forma.Esa usurpación sabe dónde atacar en La última noche...: no hay casi regodeo visual y sí hay velocidad y ferocidad narrativas. Hay ideas para mutar el manual en papel picado. El director Chris Gorak ( Terror en Los Angeles , editada directo a DVD) se mueve por su fin-de-la-civilización mezclando instinto y cicatrices cinéfilas.El instinto de Gorak doblega lugares comunes cuando aprovecha la textura de esa Moscú en ruinas (el avión en el medio del shopping es una postal infernal, potente, y Gorak sabe construir esas imágenes) y recurre a ideas visuales entre vintage y decididamente reincidentes (la visión subjetiva de los marcianos invisibles símil Depredador ).A lo John Carpenter y su La niebla aunque con más presupuesto, Gorak aprovecha bien los espacios amplios para recrear ahí donde solo hay éter a sus monstruos invisibles. En ese sentido, es vital el actor Emile Hirsch, devoto de su rol de héroe casi de caricatura (no por nada fue Meteoro ). Y es ahí, en su fe, donde se amalgaman los elementos del filme de Gorak.Las cicatrices cinéfilas de Gorak incluidas en esa mezcla: el ya mencionado Carpenter pero en estado gaseoso, la berretada digital a lo Peter Jackson (los marcianos parecen de una publicidad de cereales) y la caracterización de los rusos a lo Comando . Gorak logra que todo ese gigantesco y caótico combo sepa aprovechar cada pecado, cada cliché, cada delirio para dotarlo de una épica clase B: seca, monstruosa y, de forma invisible, muy poderosa.