La última noche de la humanidad

Crítica de Juan Campos - Loco x el Cine

Una visión distinta sobre un ataque alienígena, pero con todos los lugares comunes de siempre.

Sean (Emile Hirsch) y Ben (Max Minghella) son dos jovenes emprendedores que crearon un sitio web al estilo Forsquare pero específicamente de bares, ideal para jovenes turistas. Ellos, con la esperanza de hacerse millonarios, viajan hasta Rusia para ofrecer su producto, solo para darse cuenta que el tipo con el que se comunicaron, Skyler (Joel Kinnaman) les robó la idea.

Frustrados, Sean y Ben deciden pasar la noche emborrachándose en Moscu. Casualmente, en el lugar adonde fueron a ahogarse en vodka, conocen a otras dos turistas norteamericanas: Natalie (Olivia Thirlby) y Anne (Rachel Taylor) con quienes en seguida entablan un diálogo. En ese mismo lugar también estaba Skyler, festejando por la buena recepción de “su” idea. Pero de golpe y sin ningun motivo aparente, la energía se corta y quedan a oscuras. Algo raro pasa, y deciden ir a ver al exterior. Allí ven incrédulos cómo una serie de luces baja del cielo y caen sobre nuestra superficie. Nadie sabe quiénes o qué son, lo que si pueden comprobar rápidamente es que son hostiles.

Mientras dura el ataque, los cinco jovenes se meten en una bodega del bar, y permanecen allí, viviendo de latas, unos cuantos días. Al darse cuenta que no podrán quedarse a vivir encerrados y con miedo, deciden salir, sólo para ver que posiblemente ellos sean los únicos sobrevivientes de la invasión. Y como sobrevivientes, harán todo lo posible por sobrevivir y por buscar a más personas vivas en ese mundo devastado para ofrecer una resistencia a estos alienígenas luminosos.

La última noche de la humanidad (The Darkest Hour) propone una invasión distinta. Escandalosa y apocalíptica, pero con una amenaza original: los extraterrestres son prácticamente invisibles a la luz del día, ya que parecen ser bolas de energía que tan solo destellan cuando la oscuridad domina el ambiente. Además, generan una especie de magnetismo que enciende todos los aparatos eléctricos que hay a su paso, lo cual pasa a ser la única forma de advertencia que tienen los protagonistas para saber si están o no en un lugar seguro. La dirección de Chris Gorak es correcta, y sabe manejar las escenas de acción y explosiones, algo en lo que seguramente tuvo algo de ayuda del productor general, Timur Bekmambetov, conocido director de Se Busca (Wanted) y la saga Guardianes del Día y Guardianes de la Noche.

La película divierte, pero da la sensación de ser algo ya visto, de haberle dado apenas un lavado de cara a algo que, en esquema sigue igual. No es que nadie pretenda que las películas de este tipo sean la creatividad hecha cinta, pero la propuesta, original y poco común, termina convirtiéndose en la clásica película en donde los debiluchos terminan siendo el eje de la resistencia en contra de la amenaza externa.

Algo altamente criticable a la película es que en lugar de gastar sus tomas recursos en los paisajes rusos, con su arquitectura tan peculiar y sus lugares conocidos, lo hacen tomando imágenes de los locales norteamericanos en el país, como casas de comidas rápidas o cafés. Eso parece querer decir “miren en dónde quedó la unión soviética, ja ja”, pero lo que el espectador comunmente piensa es “miren que imbéciles, en vez de filmar cosas nuevas y estéticas, filman lo mismo que pueden ver en su país”.

En definitiva, si son fanáticos del genero, la última noche de la humanidad puede ofrecerles un buen rato de diversión, pero con seguridad seguirán prefiriendo otras obras de igual o menor calidad, pero con una propuesta más fresca.